Las últimas elecciones que hemos presenciado, indistintamente del lugar en donde se produjeron, Bolivia y los Estados Unidos de Norteamérica, se han caracterizado por la utilización de un discurso de polarización entre las élites y el pueblo.

Hablo de élites en plural, porque en los dos casos, estas no cerraron filas por el mismo proyecto, y eso explica el fracaso de Carlos Mesa en Bolivia y la fragmentación del apoyo a Donald Trump en los Estados Unidos por parte de los republicanos sin que ello signifique que los demócratas carezcan del apoyo de otros grupos de poder.

En ese sentido, el proyecto de las minorías que pretenden gobernar a las mayorías no siempre es el mismo y a veces no hay proyecto, como pareciera es el caso de Ecuador. Nuestro vecino Perú está demolido por la crisis institucional y ahí tampoco hay acuerdos, pese a dos décadas de imparable crecimiento económico.

El uso del término élite nos retrotrae a la concepción del gobierno por parte de los ciudadanos en la Grecia de 320 a. C., cuando la democracia no era la que vivimos. Si bien Aristóteles (384 a. C. - Calcis, 322 a. C.) no usó esa palabra, sin embargo, había dicho que unos nacieron para gobernar y otros para ser gobernados a modo determinístico. En aquella época, las autoridades llegaban por sorteo, había alternabilidad y el único que podía ser reelegido era el general del ejército. Solo los hombres mayores de edad y nativos de la ciudad, eran ciudadanos, no así las mujeres ni los extranjeros. La democracia se construía en el ágora y quien no se interesaba en la política era un idiota.

Después de varios siglos, el debate acerca del papel que cumplen las minorías gobernantes que son electas por una mayoría desorganizada inspiró a que el intelectual italiano Gaetano Mosca (1858-1941) introduzca la definición de clase política. Si bien, en esta expresión no hay el determinismo aristotélico, sin embargo, nos deja claro que una minoría siempre ha gobernado, comparte una formación, tiene una cosmovisión de la vida y defiende intereses, pero sobre todo está organizada en las esferas sacerdotal, militar, intelectual, económica y en la política. No quiere decir ni es garantía tampoco que la clase gobernante sintonice con los intereses de la mayoría.

Adelante, el francés Vilfredo Pareto (1848-1923) y el alemán Robert Michels (1876-1936) introdujeron las definiciones de élites y de coaliciones dominantes, esta última para la dirigencia de los partidos políticos. Los pensadores reafirmaron que una minoría gobierna a una mayoría que espera ser representada en sus intereses, aunque muchas de las veces esto no llega a ocurrir.

Pareto fue contundente cuando dijo que “las élites condicionan el tipo de Estado”, en otras palabras, que los países van adonde sus élites les conduzcan. Esto no resta el papel del pueblo, pero sí determina que su apoyo a una minoría equivocada le lleva al despeñadero. Parece que esto ha sucedido en Perú, cuyo Congreso ya logró designar un presidente; ocurre con frecuencia en Ecuador y puede suceder en cualquier país. (O)