A pesar de la evidente falta de garantías electorales, característica habitual en regímenes autoritarios y populistas como el que lidera Nicolás Maduro, el domingo pasado se celebraron en Venezuela unas elecciones legislativas concebidas únicamente para otorgarle una mayoría al chavismo en la Asamblea Nacional.

El régimen impulsó una campaña con el fin de que exista una participación importante de la ciudadanía que le dé legitimidad a los resultados; no obstante, ni siquiera por medio de amenazas, como la que realizó Diosdado Cabello (“el que no vota, no come”), obtuvo el resultado esperado: el 70 % de abstención en la votación demuestra el hartazgo hacia la clase política venezolana y la falta de credibilidad, por parte del pueblo, en un proceso electoral que también fue severamente criticado por varios países ante la inobservancia de ciertos principios básicos, como la transparencia, imparcialidad e independencia.

La participación de Rafael Correa, Gabriela Rivadeneira y Ricardo Patiño como veedores internacionales de la cita electoral celebrada en Venezuela retrata a la perfección lo burdo y fraudulento del proceso orquestado por Maduro y compañía.

No sorprende que Correa haya participado como veedor, si reparamos en su conocida afinidad con el chavismo, y también en que, según él, “el sistema electoral venezolano es un ejemplo para la región”.

Lo que sí sorprende, en cambio, es que a estas alturas el expresidente ecuatoriano siga sosteniendo ideas tan torpes como aquellas expresadas en el panfleto argentino Página 12, según las cuales “la democracia en Venezuela continúa”, “nos quieren hacer creer que aquí hay una dictadura” o “yo no entiendo a los analistas que hablan del fracaso de las políticas económicas de Venezuela”.

La insistencia por parte de Correa en defender y justificar a un país cuyas prácticas despóticas y abusivas han reducido a pedazos a sus instituciones democráticas, y cuyo modelo económico ha destruido el aparato productivo venezolano y sumido a su población en la más absoluta pobreza, resulta mucho más preocupante si tenemos en consideración que se trata de la persona que está auspiciando y prácticamente dirigiendo la campaña política de un contendiente a la presidencia en las próximas elecciones ecuatorianas.

¿Existe una especie de declaración de intenciones detrás del apoyo de Correa a Venezuela sobre lo que puede esperarle al Ecuador en el futuro en el caso hipotético de que Andrés Arauz sea electo presidente?

La participación de Correa en Venezuela y la reciente reunión de Arauz con Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, ¿son acaso una confirmación de la sombra que se quiere proyectar sobre nuestro país?

Hay dos posibilidades, que no son excluyentes, y que ayudan a entender el incondicional apoyo del correísmo a un modelo fracasado y autoritario como el chavista: o es la expectativa de una retribución en varios sentidos para el movimiento de Correa, o es el convencimiento radical y absoluto, temerario y alarmante, por parte de Arauz y compañía, de que, si se afinan ciertos detalles, el modelo venezolano es el camino a seguir. ¿La decadencia como inspiración? (O)