Desde el terremoto que fue devastador para ciudades esmeraldeñas y manabitas el sábado 16 de abril de 2016, que tuvo como epicentro la zona frente a las costas de Esmeraldas, en el límite con Manabí; y ahora con el terremoto del sábado 18 de marzo de 2023, de magnitud 6,6 y que tuvo como epicentro el golfo de Guayaquil, en la isla Puná, provincia de Guayas (inicialmente el Instituto Geofísico dijo que fue en la zona de Balao); una pregunta da vuelta en mi cabeza: ¿qué ciudades podrían soportar un terremoto de 6,6 con epicentro en su sector?

Para responder a esa pregunta se requiere saber: ¿cuántas construcciones usaron arena de mar o mezclas pobres de cemento?, ¿cuántas construcciones fueron autorizadas bajo parámetros de ejecución técnicamente confiables?, ¿cuántas auditorías externas de verificación de edificaciones existen (no solo las municipales o realizadas por los bomberos)? Todos sabemos dónde vivimos y nos conocemos el maestro, el arquitecto, el ingeniero... Si nos recomiendan varillas de 12 mm, por costo usaremos de 8 mm, etc. Con un poco de ‘lubricante’ aquí o allá, lograremos obtener las firmas para iniciar ‘la construcción’, aunque sea que los planos no cumplan las especificaciones, aunque la edificación quieran hacerla en laderas, taludes, lechos de río, terrenos geológicamente inestables. Muchas voces se alzarán: “Debemos poner más controles, más inspecciones de los organismos gubernamentales competentes; contar con firma de profesionales; proceder a revisar nuevamente todo, etc.”; cuando, en el fondo, el real y único problema es la falta de honestidad. Lo ideal sería que los dueños de viviendas contrataran a su propio auditor externo. Mientras tanto, los creyentes seguiremos orando para que los terremotos no ocurran en los centros poblados. (O)

David Ernesto Ricaurte Vélez, ingeniero mecánico, Daule