La frase “disculpas públicas” hoy en día representa en Ecuador el pan de cada día. Hemos visto varios funcionarios públicos que han estado en la lengua de los ecuatorianos, en el ojo del huracán, donde las papas queman, y que han obrado de manera incorrecta (por no usar adjetivos que pueda llegar a herirlos), y producto de sus acciones desalineadas se han visto obligados a emitir las tan famosas “disculpas públicas”.
Al día de hoy tenemos tres finalistas de las mejores disculpas públicas –entiéndase la palabra “mejores” a la libre imaginación del lector–.
Aquiles Alvarez se disculpa públicamente con Lucía Jaramillo tras resolución del TCE
Me atrevo a decir que por su originalidad el campeón es un alcalde de Guayaquil, conocido por sus polémicas, carácter y, por supuesto, su distintiva forma de hacer las cosas, como se ha materializado en las disculpas emitidas a una exfuncionaria del Municipio. El recurso acudido es bastante básico si lo medimos en la vara de un lingüista promedio, sin embargo, destaca contra su competencia, en especial si comparamos el contexto de estas y las demás disculpas. Felicidades, campeón.
Publicidad
Ministra Ivonne Núñez defiende la placa de disculpas públicas a Verónica Abad
En segundo lugar, nos encontramos con las disculpas públicas de una ministra del Trabajo. Su obligación surge de aplicar sanciones no previstas en el ordenamiento jurídico presuntamente para evitar la posesión constitucional de un alto puesto en el Ejecutivo (que conlleva además otras acciones ilegítimas que no son materia de esta agradable opinión). Su método de disculpas, también bastante original, dejó un mal sabor, sobre todo por la importancia constitucional del contexto que resultó en esta obligación. No obstante, hay que destacar su originalidad y el “cliffhanger” que dejó. Felicidades, siga participando.
En tercer y último lugar, aunque la más antigua, pero imperdonable, nos encontramos frente a las disculpas públicas de un ministro de Defensa ante una situación que tuvo al Ecuador entero con el corazón en las manos. Siendo este el contexto más crudo y sentimental, lo mínimo que esperaba el país era unas disculpas sinceras, o al menos que aparenten serlo, pero al parecer a alguien no le quedó claro. Estas disculpas no solo no reflejaron la delicadeza del contexto, sino que además reflejaron un tono autoritario y amedrentador. Este se lleva el último lugar y un premio a la insensibilidad.
Está claro que hoy en día existen en el país personas que ejercen funciones públicas que no solo han demostrado actuaciones injustificadas que han sido objeto de disculpas, sino que incluso pareciera ser que en su búsqueda de una verdad absoluta creen estar por encima de todo y que su palabra es la ley, y no es así. La ley es la ley, y el pueblo, así como ustedes, somos humanos (aunque pareciera que a veces se olvidan de su naturaleza y creen gozar del derecho divino de los dioses). Si nuestros gobernantes no pueden emitir una disculpa de manera personal, si no pueden reconocer errores evidentes y si se han olvidado de algo tan humano como la forma en que se deben ofrecer las disculpas, ¿a dónde estamos yendo como país? (O)
Publicidad
Gian Marcos Cevallos, abogado, Guayaquil