Las expansiones urbanas conllevan a la sobreexplotación de recursos naturales y afectan directamente los ecosistemas y la biodiversidad, sumándose a un conjunto de problemas que repercuten en la calidad y esperanza de vida de los habitantes.

La capacidad de carga de muchas ciudades se ha desbordado más allá de sus límites administrativos, en algunos casos, y otros pierden esa capacidad por los efectos de migración a otros centros urbanos con mejores perspectivas de desarrollo. La Organización de las Naciones Unidas prevé que las poblaciones en aumento causarán mayor consumo de suelos no urbanizables o espacios considerados suelos vírgenes, zonas con valores ambientales, de interés natura, que se volverán cada vez más insostenibles con cambios irreversibles. El crecimiento de las ciudades aumenta los desplazamientos de transportes –un vehículo promedio emite 143 gramos de CO2 por kilómetro recorrido– y los niveles de contaminación ambiental, sumado el modelo actual de ciudades que priorizan el vehículo en el espacio urbano. La pirámide de la movilidad plantea revertir esta situación analizando quién es más vulnerable, quién es menos eficiente (ocupación de espacio, energía y combustible) y qué es más costoso a la hora de transportarse.

Reformar una ciudad insostenible a una ciudad más compacta, más densificada con proximidad de bienes y servicios, necesita un cambio radical en la forma como se planifica la ciudad. Hay que absorber el crecimiento urbano y anticiparlo mediante estrategias prospectivas y configurar un modelo territorial con capacidad social, económica y ambientalmente sostenibles. Los componentes que comprende el sistema urbano deben orientar a una política urbana y propiciar entornos más saludable y favorables para un efectivo cambio del patrón de desarrollo. (O)

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Hermógenes Mera, Portoviejo, Manabí