Escribo estas líneas sin todavía saber quiénes son. Mi única certeza es que ustedes son dos y no uno… que nos vamos a balotaje el 15 de octubre.

Hannah Arendt, filósofa alemana, acuñó un concepto que me ha perseguido estos días de campaña y, específicamente, desde el 9 de agosto, fecha de la muerte de Fernando Villavicencio: la “banalidad del mal”. Arendt, de ascendencia judía, y en el contexto del holocausto y específicamente de los juicios de Núremberg, sostenía que algunos individuos cometen atrocidades sin reflexionar sobre sus actos cuando están sumergidos en un sistema que normaliza esas atrocidades.

Desconocemos quiénes son los autores intelectuales del crimen. Lo que sí sabemos es que a Villavicencio le negaron, de la forma más violenta, la posibilidad de ser uno de ustedes y, por lo tanto, de continuar aplicando al cargo que ustedes dos pronto ocuparán. El autor intelectual lo premeditó, lo planificó, usó un teléfono y contrató a quien finalmente apretó el gatillo tres veces. Esto me lleva a concluir que, en el Ecuador, el mal se ha banalizado. El sicario actuó “como un simple ejecutor, como una marioneta banal, solo guiado por el deseo de hacer lo que debía, lo que estaba estipulado. No tenía sentimiento del bien o el mal en sus actos”, en palabras de Arendt. El sicario, seguramente, ni siquiera tenía los sentimientos de odio o venganza que sí tenía el que usó un teléfono en lugar del arma mortal. El sicario seguramente se persignó y pidió a los cielos puntería para que se cerrara el negocio. Banalidad del mal.

Adolf Eichmann, el “arquitecto del holocausto”, el nazi que propició y permitió el sufrimiento y muerte de millones de judíos, y en quien Arendt basó su relato para escribir Eichmann en Jerusalén, no se sentía culpable ni responsable del horror que cometió. Eichmann se veía a sí mismo inocente y así se declaró. Él hacía su trabajo. Banalidad del mal.

Luego de la balacera en Durán de hace unos días, cerca de un mitin político, la gente negó que esto se tratara de un atentado contra el candidato que se encontraba cerrando su campaña en ese cantón porque esas balaceras en Durán son usuales. Cotidianas. Hay quien usó la palabra “rutinaria”. Banalidad del mal.

Desde la última vez que nos acercamos a las urnas para elegir ese cargo que ustedes hoy se disputan, el país ha cambiado drásticamente. Hoy la droga parece marcar el compás del país. Droga que no producimos, pero que atraviesa nuestras fronteras y distribuimos y exportamos diligentemente. Droga que podría tratarse del tercer producto de mayor exportación no petrolera/minera, luego del camarón y el banano. Droga que nos ha vuelto un país brutalmente violento. Droga que extorsiona y secuestra. Droga que ha banalizado el mal.

Estos 18 meses deben ser un puente a la paz. Se enfrentarán a decisiones difíciles y ustedes podrían convertirse en un engranaje de este sistema del mal… o terminarlo.

Por el amor a la tricolor que nos une, les ruego, señores aspirantes a presidente, devuélvannos la paz que ya no tenemos para devolverle significado al mal. Y enterrarlo junto a sus miles de víctimas. (O)