“Me gusta mucho escribir, pero no publicar”, confesó Carolina Andrade, narradora ecuatoriana, la tarde de la presentación de A orillas de un relato, frente a una sala abarrotada de público el pasado martes. ¿Acaso se refería a sus catorce años alejada de la literatura luego de tres cuentarios y una novela? Ahora vuelve y con la contundencia de una novela muy elaborada –en cuidadosa edición de b@ez.editor.es–, donde muchas facetas no son lo que parecen, sino que encubren verdades que debe descubrir el lector, en un llamado a lectura dinámica y exploradora.

Andrade inventa UAPEC (Universo Apto para Estudios Científicos), una institución que experimenta con la conducta humana y para la cual la narradora ha sido convocada y convertida en una cifra. En su seno debe participar en una serie de pruebas que sacan a la luz variados tipos de comportamientos. Para ello, construye imágenes, reproduce diálogos cotidianos, transmite las singularidades de las experiencias, con humor e ironía. Sin embargo, el tratamiento de fondo es el dolor, las sensaciones de pérdida e incomunicación porque la voz reconstruye la enfermedad de una hermana, el abandono de un hombre, la depresión. Bien valen para entender el caudal de dolor humano, las páginas dedicadas a la metáfora del naufragio, presente en la historia de la literatura.

La nueva novela de Carolina Andrade: ‘A orillas de un relato’

Carolina Andrade publica su primera novela corta

También en A orillas de un relato encontramos la exploración y el uso bien dosificado del artificio literario: se practica un montaje-texto que nace de la propuesta de una sentencia clara y subjetiva: “debo tener una historia que brinde explicaciones”. La narradora toma la palabra para ofrecer el territorio de la fabulación “la construcción de un mundo ficcional en sí mismo”, es decir, que las reuniones en una isla, con distribución de papeles a los personajes, se hacen para imitar el mundo real. Esto es, literatura dentro de la literatura, superponiendo capas de significado y exigiendo que la historia narrada siempre tenga escenarios.

El marco general del relato lo producen las sesiones de terapia a las que acude la narradora, donde la terapeuta se convierte en la depositaria de esas formas de vida, que contienen, de manera simbólica, hechos específicos: fiestas, romances, pérdidas. La analista no habla, a ratos introduce una pregunta, obliga al personaje a plantearse: “revisitar mi pasado mediante un relato de ficción podría ayudarme a diseccionar mi silencio”. ¿Silencio del personaje que narra que es una mujer de mediana edad, divorciada y que escribe guiones? ¿Silencio de la autora que dejó de escribir por más de una década? ¿O el silencio para dar tiempo a la quietud y a lo que no se dice?

Constatar que vencer los silencios es otra forma de habitar la vida (al mismo tiempo que confirmar lo que la autora Ma. Inés la Greca sostiene –”no es acaso toda escritura una lucha contra la muerte”–) supone admitir que luego de todo ello queda “un nuevo cuerpo que resulta de cuando nos reescribimos”. Vale como idea de cierre, como una conclusión que convence al lector porque nuestras realidades personales y colectivas se enriquecen y se amplían cuando las vemos a través del prisma de la literatura. (O)