“La historia no la hacen los que ceden ante las circunstancias, sino los que se enfrentan a ellas con el deseo de transformar”, Friedrich Nietzsche

En la arena política ecuatoriana, la proliferación de partidos y aspirantes que se lanzan al ruedo para las próximas elecciones deja una pregunta en el aire: ¿a qué van? La democracia exige participación, pero cuando observamos a los numerosos partidos que se inscriben para competir, pareciera que muchos lo hacen por cumplir un requisito más que por verdadera convicción o propósito claro.

Es desconcertante ver cómo algunos candidatos emergen casi de la noche a la mañana, sin un proyecto o partido político sólido que los respalde, sin un plan de gobierno coherente que ofrezca soluciones reales a los problemas del país y, probablemente, sin ninguna formación en la materia. Es en este punto donde la política se convierte en un ejercicio de egos, en lugar de un compromiso con el bienestar general. La obligatoriedad de participar para no perder el espacio en la escena política crea una paradoja. Esta paradoja no solo debilita la calidad del debate político, sino que también frustra a los ciudadanos que buscan verdaderos líderes con propuestas claras y ejecutables.

En Ecuador, en este momento crucial, no podemos darnos el lujo de perder más tiempo. La situación del país es grave, una verdadera emergencia que requiere un cambio profundo y urgente.

Necesitamos un cambio en la normativa vigente que parece no estar en sintonía con la realidad, que impida la proliferación absurda de estructuras puramente electorales más que partidos políticos con fundamento ideológico. La emergencia nacional exige una reestructuración completa: un marco legal que no solo permita la participación, sino que también eleve los estándares de los partidos y candidatos, filtrando a aquellos que no tienen una visión clara, una estructura comprobable y un plan viable para el país.

Los desafíos actuales requieren soluciones innovadoras y una coordinación efectiva entre la política, la academia y la ciudadanía. Aquí, más que nunca, necesitamos un frente común, porque hay que entender que nadie puede gobernar solo. Las alianzas deben ser el camino a seguir, no como un mal necesario, sino como la única opción sensata. No podemos permitirnos una larga lista de candidatos sin propuestas sostenibles.

En lugar de una abundancia de aspirantes, lo que Ecuador necesita es una mejor calidad de políticos.

La política debe alejarse de la influencia del Estado y acercarse más a los ciudadanos. Somos todos quienes debemos exigir que se ofrezcan soluciones reales a los grandes problemas del Ecuador. Es imperativo que los políticos no solo escuchen, sino que integren activamente las voces y necesidades de la ciudadanía en sus propuestas.

Es hora de forjar un Ecuador que sea menos un campo de batalla entre políticos y más un espacio de colaboración y progreso, donde el objetivo sea el bien común y no el interés personal. La pregunta sigue en el aire: ¿a qué van? Esperemos que la respuesta no sea a perder más tiempo, sino a construir un mejor Ecuador. (O)