Queridos alumnos:

Hoy es el Día del Estudiante Universitario y me pareció apropiado escribirles esta carta que tiene quince meses dándome vueltas en la cabeza.

Primero, creo que ustedes deben conocer por qué el 29 de mayo fue designado como el Día del Estudiante Universitario en el Ecuador. La movilización estudiantil de 1969 fue una serie de manifestaciones estudiantiles acontecidas en Quito y Guayaquil en demanda de la eliminación del examen de ingreso a la Universidad que implementó el quinto gobierno de José María Velasco Ibarra. Este examen fue considerado discriminatorio, elitista y selectivo. Los estudiantes se tomaron la Casona Universitaria Pedro Carbo, sede original de la Universidad de Guayaquil. Hoy se recuerda el último día de esa movilización.

Ustedes saben mejor que nadie cómo ha evolucionado ese examen. No solo funciona como un instrumento que evalúa el desarrollo de sus aptitudes, es decir, como un filtro, sino que además los ubica en universidades asignadas, no de acuerdo con sus intereses, sino de acuerdo con sus destrezas. La crítica de este examen hoy no es la discriminación sino el paternalismo del Estado, quien decide por ustedes.

Desde marzo 2020 su vida de estudiantes sufrió un revés. No voy a disminuir lo duro que es también para nosotros, los profesores, no tener la interacción que quisiéramos en una clase, “ponerle cara al nombre”, verlos, conocerlos. Y aunque sin duda la tecnología nos ha ayudado enormemente a continuar con sus propósitos y los míos, ustedes y yo sabemos que no es lo mismo. Aun así, estoy segura de que ustedes se han llevado la peor parte. Para los que aún no experimentan la presencialidad porque el COVID se los ha impedido, es difícil imaginar la vida universitaria sin la biblioteca, sus compañeros, ir a la cafetería después de clases, exámenes presenciales y trabajos en grupo. Por esta carencia y muchas cosas más, ustedes tienen toda, toda mi admiración.

Con esto dicho, quisiera recordarles que la virtualidad no es una oportunidad para copiar, llegar tarde o ausentarse de clases. Que la modalidad de estudio haya cambiado no significa que sus principios puedan ser traicionados. No sucumban. La moral no es negociable. La virtualidad vuelve más fácil su camino en la medida que ustedes lo quieran más fácil. Elijan esforzarse, no acomodarse. Elijan sobresalir, no agazaparse. Elijan ser mejores, no mediocres.

Perdí la cuenta de la cantidad de correos que he recibido diciendo que no podrán asistir a la clase porque están atendiendo a un padre enfermo o porque ha fallecido una abuelita. Ha sido duro, pero no se rindan. Que el propósito siga intacto. Su título los espera, pero sepan que no es eso lo más meritorio de estos años sino su formación como personas, sus valores y sus sueños. Eso es lo que los define y eso no hay pandemia que pueda arrebatarles.

Para terminar, comparto con ustedes un consejo que me ha servido mucho durante estos quince meses y pueden encontrar útil: “Cuando estés pensando demasiado, escribe. Cuando no estés pensando, lee”.

Espero verlos muy pronto,

Una profesora universitaria (O)