Ya me volví loco, dice mi amigo. Ahora hablo con las plantas. Últimamente, él, que no estaba interesado por ellas, pregunta cómo se llaman, las coloca en su balcón, cuida que les dé sol y las riega según sus necesidades. En pleno suburbio, desde la ventana de su casa, se ven los techos vecinos y las begonias, margaritas, cretonas agradecen sus cuidados con hermosas flores y hojas y ponen una nota alegre en la sobriedad y aburrimiento de calles sin árboles ni flores.

Estos días con un mínimo descanso de las revueltas... nos han permitido gozar de las alegrías cotidianas...

A nuestra casa llegó Yin Yan, le hemos puesto ese nombre por sus colores blanco y negro. Una gatita joven de máximo 8 meses con un embarazo avanzado. Con hermosos ojos redondos y largos bigotes blancos en su antifaz negro nos mira con asombro y susto. Ella nos escogió a nosotros. No podemos decir lo mismo de Cleo, la perra enorme que reina en la casa. Parecía que iba a tener un parto eminente. Así que la pusimos a buen recaudo en mi cuarto, con ventanas y puerta cerrada, y le explicamos que no contábamos con recursos para una cesárea, así que esperábamos que pudiera tener sus hijos normalmente. Nueve días después, un día lunes, a las seis de la mañana empezó su trabajo de parto. Nacieron cinco hermosos gatitos, grandes para ese cuerpito pequeño, delgado y todavía en formación, de la mamá. No se quejó, quedó extenuada, pero se convirtió en una madre atenta y dedicada. Y yo, en una prisionera, junto con ella, de esa maternidad gatuna. Cleo la respetaba a través de la puerta mientras estaba embarazada, pero cuando dio a luz, Yin Yan se convirtió en una pantera. Le envía bufidos y gruñidos si la siente cerca, y mira con la cola encrespada a través de una hendija en la puerta, como quien espía a su enemigo. La salud de la mamá se convirtió en prioridad y una querida amiga se encargó de alimentarla con todo lo necesario. Después de casi 2 meses, se ha convertido en una hermosa gata, ya más mansa, con el único hijo que en la casa no quieren dar en adopción, lista para la prueba de fuego de la convivencia hogareña.

En el patio, una planta de orquídeas, por tercera vez en un año, nos regala flores, esta vez seis enormes, que llenan de color y perfume sobre todo las tardes y las noches.

Estos días con un mínimo descanso de las revueltas, sicariatos, escándalos en la Asamblea, declaraciones polémicas, nos han permitido gozar de las alegrías cotidianas, esas que demandan el asombro para comprender el tejido vital del que hacemos parte.

Pero también me asombra saber que hay personas que exportan y someten a los animales a largos viajes para poder disfrutar de mascotas exóticas, ranas de ojos rojos, boas, peces de colores… Los humanos los contemplan como si fuera un museo hogareño. Y compruebo nuestra tendencia a creernos el centro del Universo… Con razón costó tanto a la humanidad aceptar que la Tierra no es el centro alrededor del cual gira el Sol…

La población indígena que se muestra tan sensible con el medioambiente no tuvo reparos en cortar árboles antiguos, ni que se mueran aves y se pierdan flores. Ni hablar de los enfermos que no podían llegar a los hospitales. Nos falta para comportarnos como el minúsculo grano de arena que somos en la vastedad del Universo. Y la responsabilidad que tenemos con la vida en todos sus eslabones. (O)