El dato del asteroide “destroza ciudades” que podría llegar a este planeta y quizás a nuestro vecindario geográfico tan cerca como en 2032 compite en algunas redes sociales con noticias como la posible resolución de la guerra Rusia-Ucrania; la dolorosa entrega de restos de rehenes en Gaza; la hospitalización de Shakira; o, en lo local, el conteo por goteo para saber finalmente quién ganó la primera vuelta electoral y quién tendrá la mayoría parlamentaria.

Y le digo dato porque creo que dicha información estratosférica no logra la categoría de noticia, por más que su espectacularidad viaje, en algunos medios especialmente digitales, a la misma velocidad luz que los objetos celestes que pululan en el espacio sin que siquiera haya certezas científicas, pues en la misma semana que termina hemos visto fluctuar su porcentaje de riesgo de choque con la tierra entre el 1,5; 1,8; luego, 3,2 y después de vuelta al 1,5, o 1,8 por ciento, con la aclaración reciente de que ya en situaciones anteriores, los cálculos de las agencias espaciales han reculado notoriamente reclamando, como en todo proceso científico, la posibilidad de errar, ojalá siempre, a favor de la humanidad.

El periodista, dice una frase recurrente en el oficio, debe ser un especialista en generalidades. Debe tener un océano de conocimientos, de un centímetro de profundidad y en los casos más importantes para su audiencia, profundizar la búsqueda de datos, puntualmente, los metros, kilómetros o millas náuticas que fueren necesarios.

Y diré, sin temor a equivocarme, que a pesar del gusto de las audiencias por lo extraterrestre, las ciencias del espacio y la astronomía no están precisamente entre esos conocimientos en que se suele profundizar desde la prensa que, sin embargo, se nutre del misterio y fantasías de las que están revestidos.

Dicho esto, poco es lo que se puede creer de lo que se publica en torno a la enigmática ciencia espacial, si no existen evidencias y los datos suficientes para hacer explicaciones, con peras y manzanas, a públicos a los que jamás se les debe generar pánico para lograr likes. Menos aún tratar de provocar acciones y reacciones efectistas de quienes tienen el poder de atender alertas por el temor de ser impopulares al no hacerlo.

Lo del acosador asteroide “destroza ciudades” que, si sirve de consuelo, las agencias espaciales creen que no es pariente ni siquiera lejano del que causó la extinción de los dinosaurios, debe ser un tema tomado con pinzas. Como debieron ser, en un pasado reciente, los temas derivados de la pandemia y que fluctuaron entre estudios científicos muchas veces mal contados y una serie de opciones chamánicas supuestamente curativas, que hicieron que haya quienes se inyectaron agua de mar para “matar” al virus del COVID-19.

Cuando predomina lo interesante, sin reparar en lo dañino que pueda ser, se incumple con el sagrado deber de informar con responsabilidad. En lo local, nuevamente, el asteroide me hace recordar a las hordas que llegaron a destrozar en Quito las instalaciones de una radio que recreaba, sin las advertencias suficientes, La guerra de los mundos, de Wells. Hay que aprender del pasado. (O)