Cuando un ciudadano inicia el reto de emprender para llegar a formar una pequeña, mediana o gran empresa, se ve en la obligación de diversificar sus productos para poder sobrevivir en el mercado. A la vez, está en la obligación de velar por la eficiencia al confeccionar sus productos o brindar sus servicios, pues mientras mayor sea este parámetro, mayor será la ganancia y la capacidad de reinvertir; inclusive la vida útil de los equipos que utiliza será mayor. Esta labor que a diario vive un emprendedor puede ser extrapolada a las grandes industrias del país. Si analizamos el sector privado, tenemos los departamentos denominados I&D (investigación y desarrollo), los cuales se encargan de recabar información del consumidor, analizar la forma en la que demandan el producto y ajustar las cadenas de manufactura para producir lo requerido. Inclusive, si revisamos algunas de las técnicas de manufactura, nos podremos dar cuenta de que la dinámica de producción se basa en ventas a la medida y en tiempos cortos.

No obstante, si nos vamos a las empresas públicas del Ecuador, vemos que estas existen solo para brindar un servicio que lo transforman en una acción social más que en satisfacer una necesidad del mercado. Este fin social, sin implicar que sea equívoco o erróneo, es transformado en un manto de ineficiencia que cubre a las empresas públicas del país. Un claro ejemplo es que podemos visualizar plantas industriales, fábricas y demás elementos de manufactura vetustos, descontinuados, en obsolescencia tecnológica y sin modernizar. Esto implica ineficiencia, gastos mayores, un consumo operativo excesivo y, por ende, generación de pérdidas en las empresas públicas.

Todos hablan sobre el gasto en capital humano y lo satanizan como un tema social y político, pero ¿es que realmente no estamos en la capacidad de saber que reducir este gasto no es la solución completa? ¿Por qué más bien no se habla de contratar capital humano de calidad para formar nuevos departamentos que le van a permitir al país superar esta crisis en un determinado periodo? Por ejemplo, ¿se imagina usted, señor lector, que existiese un departamento dentro de los ministerios que al día de hoy estuviese haciendo pruebas reales en vehículos con motores de hidrógeno y baterías?, ¿o que estuviese testeando dispositivos que aprovechen la energía almacenada en el movimiento del mar? Seguramente las leyes que se creasen fuesen distintas para permitir incorporar estas nuevas tecnologías y no estuviésemos durante 20 años hablando de barcazas y corrupción. Del mismo modo, ¿se imagina usted, señor lector, que la academia utilizase los miles de tesis que hacen sus estudiantes para crear pequeños dispositivos que se sumen a una red que permita disminuir la contaminación?, ¿o hacer más eficientes procesos de cualquier índole? Seguramente estuviésemos hablando de otros temas en estas líneas editoriales. Pues bien, así como los emprendedores fallan y vuelven a iniciar, el país quiere optar por rediseñar la inversión en las empresas públicas que posee, y yo me cuestiono: ¿por qué no optimizamos los procesos previamente a vislumbrar otra solución? (O)