José Ortega y Gasset escribió, en 1914, aquello de que “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Esta sentencia, clara y categórica, hizo historia y persiste, hasta ahora, porque sintetiza, con ejemplar brevedad, la incuestionable conexión que hay entre el individuo concreto y el mundo en que le tocó vivir; entre la libertad como potestad personal y patrimonio moral, y el entorno en que se la ejerce, con las limitaciones y posibilidades que la sociedad y los hechos imponen. Alude también a la obligación moral de “salvar” lo que nos rodea, es decir, a la tarea de crear las condiciones para una vida mejor.

La libertad, por tanto, no es atributo que se ejerce desde la soledad ni desde un castillo de marfil, ni desde la abstracción de las ideas. No es potestad que existe sin considerar a los demás, ni a los hechos que nos determinan. No se ejerce la libertad ignorando la historia y el futuro y olvidando a los otros. Por eso, alguien escribió: “Para que uno sea libre, debe haber al menos dos”.

Palabras que son semillas

Trabajar para salvar la circunstancia significa entenderla, asumirla e incidir sobre ella de modo que se convierta en un conjunto de condiciones positivas que aseguren los derechos de las personas, que preserven sus convicciones, que contribuyan a crear las posibilidades para elegir, trabajar, pensar y vivir; para ser más libres y, a la par, más responsables, sin confundir los deseos con la realidad, sin mentirnos, sin incurrir en la negación ni en la tontería. Sin ignorar que los derechos de los otros forman parte de nuestro entorno.

La circunstancia no es una hipótesis ni una teoría: es el mundo concreto. Son estos tiempos en que la prisa y los temores nos obligan a ocultar sonrisas y saludos y a hacer abstracción de los abrazos.

Es este mundo que ha sufrido sistemática depredación; es la naturaleza, es la ciudad venida a menos.

Es la inseguridad. Es la esperanza de encontrar empleo. Son las personas, el prójimo, el pariente y el vecino. Es el sistema legal que ha caducado entre la corrupción y la mediocridad; es la política que no sirve a la gente; es el régimen educativo; es la empresa. En fin, la circunstancia es la sociedad y es el conjunto de posibilidades que ofrece o de obstáculos que condicionan al individuo. Es la suma de nuestras esperanzas y nuestros temores.

La circunstancia, ahora, es especialmente compleja, incierta. Nada es seguro y caben todas las posibilidades y todos los absurdos. Lo que parecía insólito, ahora es común. La decencia es un raro personaje que convoca a unos pocos.

La justicia condenada

Los actores públicos, políticos, gobernantes y legisladores son parte de la “circunstancia” de todos nosotros, y por tanto, su principal obligación es ser mejores, íntegros, perceptivos. No deberían ser jamás un estorbo o una negación interesada. No pueden representar la indolencia, ni la corrupción. No pueden contribuir al fracaso del país ni a la agonía de la integridad.

¿Será posible que los personajes públicos entienden que el tema no se agota en ellos y que también nosotros importamos? (O)