La semana pasada comentamos aquí el peculiar fenómeno de que varios candidatos a la Presidencia consideran que la Reserva Internacional (RI) es como una especie de piñata sin dueño a la cual proponen meterle la mano para “reactivar la economía”. Esto es curioso porque una de las consecuencias de financiar el gasto público con la RI sería precisamente lo contrario.

Veamos. Desde que estamos dolarizados dejó de existir un prestamista de última instancia y, consecuentemente, los bancos se han venido autoimponiendo un nivel de reservas bancarias muy por encima del que exige la ley como encaje. Esto es, entre un cuarto y poco más de un tercio de los depósitos, en lugar de solamente el 2 a 5 % que ha exigido la ley en distintos momentos y casos. El alto porcentaje de reservas autoimpuesto es una de las causas de las tasas de interés relativamente altas en el país.

¿Una piñata sin dueño?

Es comprensible que los bancos se cubran de esta manera, considerando que no hay prestamista de última instancia —el Banco Central del Ecuador (BCE) no puede imprimir dólares frente a una corrida— y que el sistema financiero no está integrado al del resto del mundo. En el caso de Panamá, por ejemplo, las matrices de los bancos internacionales presentes en ese país actúan como prestamistas de última instancia.

Contrario a lo que suelen pensar varios candidatos... y otros opinólogos, este no es dinero ocioso ni estatal.

Al disponer de la RI, que contiene una gran porción de las reservas bancarias, no se reactiva la economía, sino que, al contrario, se limita la oferta de crédito y se presiona al alza las tasas de interés. Cuando es evidente para todos que las reservas bancarias no están disponibles porque el BCE las prestó al Gobierno central para financiar el gasto público, los bancos se percatan de esta disminución efectiva en sus reservas y frenan la expansión del crédito, limitando así el crecimiento de la producción y del empleo.

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Adicionalmente, como este hueco que se crea en las reservas concentradas en el BCE es evidente para todos, también se ve amenazada la estabilidad del sistema financiero, mas no la dolarización. Si se abusa de este mecanismo furtivo de financiamiento, en cualquier momento los agentes económicos se pueden percatar de que no hay suficientes reservas para satisfacer las demandas de liquidez y en ese momento se desataría una corrida que podría arruinar hasta a los bancos más sólidos. Ese riesgo irresponsable lo tomó el gobierno de Rafael Correa cuando se gastó hasta tres cuartas partes de la RI. Desde 2017 se ha venido subsanando ese hueco hasta llegar a un nivel de cobertura de 69 %.

Contrario a lo que suelen pensar varios candidatos presidenciales y otros opinólogos, este no es dinero ocioso ni estatal. Son fondos que tienen dueños, en su gran mayoría, los depositantes del sistema financiero. Este dinero sirve para asegurar la liquidez del sistema financiero y su capacidad para expandir el crédito.

Proponer reactivar la economía restándole liquidez al sistema financiero tendría un resultado contrario al esperado. Claro que algunos podrán pensar que un dólar de gasto público rinde más que un dólar en el sector privado, pero ya sabemos que el primero siempre es oneroso. Esto es así porque no tiene los incentivos adecuados y no obedece a un sistema de precios. (O)