¿Por qué será que pocos reciben bien la crítica? ¿Será que le hemos echado encima solamente una significación negativa (la segunda del diccionario) y por eso analizar en detalle los fenómenos suele parecer una acción que se emprende con ceño fruncido y lápiz rojo? Y no hay tal cosa de manera exclusiva. La intención que mayoritariamente conduce a un experto a emitir su valoración sobre una obra es positiva. Qué bueno sería que buen número de las piezas que se consumen –si no, todas– fueran merecedoras de elogios, de aceptación apasionada. Con ello, sale ganando toda una comunidad.

Mas, como decía el maestro mexicano Alfonso Reyes, la crítica es una aguafiestas que actúa a contrapelo de la farra que es la creación de cualquier cosa. Cuando el hacedor entrega un producto lo hace lleno de buenas intenciones y lo pone a circular para que los demás participen de su alegría. Lastimosamente ese tránsito está poblado de otros pareceres que pueden ser muy diferentes al propio y conflictuar la mirada del autor. Esto querría decir que la autocrítica debería ser severa para que, en momentos de construcción, el producto se depurara con énfasis.

El verbo censurar también contiene dos significados contrapuestos –por eso, el diccionario no es siempre instrumento favorable a algún específico punto de vista–, “formar juicios de una cosa u obra” o el temible “corregir o reprobar algo a alguien”. Mientras la primera es la acepción que utiliza la crítica de arte, al expresar juicios estéticos de valor, la segunda es el pronunciamiento ideológico que constriñe las libertades de consumir determinadas creaciones, como las que utilizaron los aparatos censores del gobierno de Franco, en España, o los de la Rusia estalinista, que solo aprobaba obras dentro del realismo social.

Sé que, en nuestro medio, la labor de la crítica literaria –la que yo practico– es limitada y tiene poquísimos medios de expresión. Las monografías y tesis de graduación de las carreras literarias, comúnmente se quedan encerradas en sus ámbitos. Por eso es tan minoritario ese discurso paralelo que es la crítica y que esperan los autores para recoger los pensamientos suscitados por sus historias, poemas y obras de toda índole. Los lectores también tienen interés en esos textos que les ayudan a comprender y valorar piezas que ya han leído o están por leer.

Lo digo porque me ha ocurrido: no es bueno que el autor discuta con el crítico sobre una obra específica. O que los amigos sean los primeros lectores y presentadores de los libros. Casi siempre –sin hablar de las excepciones– esas opiniones van cargadas de subjetividad, de aliento poco situado en los textos y más en las intenciones. O en la vanidad personal que quiere sobreponer un punto de vista sobre otro. Como dice el dicho “no se puede estar en la procesión y repicando las campanas”: cada autor ama su obra, le ha dedicado tiempo y esfuerzo, así como los amigos lo han visto luchar contra las palabras, centrado en un proyecto; cómo desalentarlo con opiniones adversas.

La crítica requiere de distanciamiento, algo de esa imposible objetividad humana y no ejerce censura. La circulación de mano y de lectura conseguirá, a lo largo del tiempo, que las obras sobrevivan o no. Porque tienen que superar esa crítica mayor que se llama historia. (O)