No cabe duda de que el mundo y los conceptos que lo sostienen se van modificando con el tiempo y que eso afecta a personas e instituciones. Pero pretender cambiar el nombre de la Casa de la Cultura por el de Casa de las Culturas es, por decir lo menos, un inmenso despropósito emprendido por la Sede Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión (CCE). El argumento escuchado a Fernando Cerón, presidente de la entidad, es que cuando la CCE nació hace ochenta años había una sola nación y que, hoy, la Casa es plural porque en el país existe una variedad de culturas, pueblos, nacionalidades y migraciones.

Sin embargo, hoy también el Ecuador es y debe ser una sola nación: que las leyes hayan sancionado justamente el carácter plurinacional, prurilingüe y pluricultural de nuestro país no supone que haya tantos países como pueblos y nacionalidades reconocidos en sus derechos. Somos un solo país conformado por la diversidad, como sucede con todos y cada uno de los países del mundo. Por tanto, es falso que la diversidad cultural sea incompatible con el concepto de nación y cultura nacional. ¿Qué pretende Cerón? ¿Que las culturas deriven cada una en un país propio, de modo que en el Ecuador se erijan varios países?

No ha perdido un ápice de vigencia la apuesta de Carrión por la cultura, pues, al crear un espacio para promoverla, lo que estaba haciendo era pensar que las artes, los artefactos culturales y el conocimiento producido en nuestro país eran parte de una condición humana universal. Hablar de cultura es abrirse al otro; hablar de culturas es encerrarse en grupos. No es casual que esta propuesta aparezca en una época en que la corrección política y la política de las identidades hayan penetrado simplista y acríticamente en nuestras ciencias sociales y humanidades: ‘las culturas’ es una idea que rompe; son culturas aparte, cada una por su lado.

En cambio, ‘la cultura’ –el proyecto de Carrión– une a quienes están separados y enriquece la experiencia vital como mecanismo de explicación del mundo; de esto carece el plural ‘culturas’, que sencillamente se refiere a la acumulación de culturas. Además, la cultura en singular es una consigna que nos hace pensar el bien común y el derecho social que debería tener ‘la cultura’ en una sociedad democrática. La cultura es un pilar fundamental, mientras que ‘las culturas’ alude a la presencia de diversas comunidades. La cultura no niega las culturas; al contrario, las integra, las junta, las proyecta, les da valor transnacional.

Claro que se necesita una Casa plural, pero la realidad no se cambia solo con palabras: la pluralidad no está en la ‘s’. Si la Casa quiere expresar pluralidad, debería tener actuaciones plurales: ¿no es la CCE en los últimos años penosamente más conocida –antes que por su actividad cultural, artística, editorial, de difusión del saber– por ser el lugar, con el pretexto de apoyar al movimiento indígena, donde se emiten amenazas terroristas al Estado, donde se retiene ilegalmente a periodistas, donde se ha instalado una visión subversiva llamada mariateguista? Si hay la Casa de las Culturas, será un retroceso de la inteligencia. (O)