Sigo con mucha atención los diálogos que se llevan a cabo entre el Gobierno y dirigentes indígenas.

Lo primero que me llama la atención es que sea solamente entre esos dos sectores de la realidad nacional que ese diálogo tenga lugar. Porque el estallido de junio abarcó mucho más que las comunidades indígenas y sus representantes. Comprometió a toda la sociedad. De alguna manera todos fuimos actores. Los trabajadores, las empresas, la academia, los Gobiernos autónomos descentralizados (según las opiniones generalizadas, no son autónomos ni descentralizados, algunos van camino a serlo, pero es una aspiración, no una realidad), el sistema judicial, el legislativo, las defensorías, los académicos, periodistas, investigadores, organizaciones barriales, el ciudadano de a pie, jóvenes, adultos… Porque de una manera sorpresiva, a pesar de anunciado, tenía que ver con cada uno de nosotros.

La lucha contra la corrupción no es opcional, es parte del cambio que el país quiere y necesita.

Cuando llegó a ponerse en duda la permanencia del presidente en su cargo, todos estuvimos involucrados, y la visión de país y la comprensión de la democracia afloraron como un caudal que buscaba un cauce guiado para no arrasar todo a su paso.

Los distintos actores están invisibilizados en las mesas de diálogo, como si fueran invitados de piedra que tienen solamente que acatar lo que se resuelva, aunque les ataña.

Me hace pensar que muchas demandas, además de los pedidos de justicia económica, de atención a la salud, tienen que ver con la cultura y sus diferentes expresiones. Con la historia de abusos y marginación. Esa historia es anterior a la conquista española, lo fue durante la conquista y lo sigue siendo. Pero la historia se escribe para adelante decía ese sabio personaje de Quino, Mafalda. Además de pedir, qué tiene para ofrecer a su gente y al resto de ciudadanos el movimiento indígena. Cómo ayudan a construir el país. Cómo combatirán la desnutrición, por ejemplo. Puede parecer que los que están de más son los no indígenas, y seguimos construyendo un mosaico de baldosas diferentes en forma, tamaño, color que no podrán empatarse en la propuesta de un país que cobije a todos y del cual todos se sientan orgullosamente parte, en sus diferencias.

También me asombra que el Gobierno dice que tiene cómo financiar los pedidos. Si es así por qué esperaron tanto tiempo lo que podía resolverse en pocos días. ¿Y si esos recursos vienen del FMI, los indígenas que tanto se oponen a él, aceptan sin remordimientos ideológicos lo que les beneficia?

Asumir las crisis es tarea de todos. De ella no saldremos solos. Hay que escuchar las diferentes propuestas, asumiendo las factibles que beneficien a los más necesitados, sin excluir a priori a nadie. Está claro que no saldremos igual de estos acontecimientos, pero hay que esforzarse por no salir peor. Hay urgencia de soluciones rápidas, pero también hay que sentar las bases para mediano y largo plazo. El proyecto país está en juego.

Si sumamos las consecuencias del cambio climático y el desafío del narcotráfico en el territorio, la tarea es inmensa. La lucha contra la corrupción no es opcional, es parte del cambio que el país quiere y necesita. Hay que recuperar lo robado, y hay que evitar que se siga repitiendo, lo que demanda cambios estructurales y personales. Tarea no nos falta. (O)