Sí, hacerse de la vista gorda, disimular, negar las evidencias, promover la teoría de que, en medio del torbellino, no pasa nada, y que la fiesta continúa entre el dolor y el agobio que dejan los crímenes, el descalabro de las instituciones y la confusión de las ideas. Pero, las circunstancias son tales que no podemos seguir especulando para llegar a conclusiones que pretenden desmentir la realidad.
La verdad impone la obligación de decir, sin pelos en la lengua, que vivimos tiempos malos y horas complicadas, aunque semejante atrevimiento desordene algunos planes, y pese a que, por eso, algunas tesis caduquen. La verdad es un imperativo que no permite disimulos. La verdad muestra, con frecuencia, la cara fea de la sociedad, y hace patente la hojarasca que invade nuestra tranquilidad y la basura tirada a la puerta de la casa. La verdad desmiente las doctrinas y desarma los esquemas que se fabrican para preservar nuestra comodidad.
Estamos en un grave aprieto político, social, económico y cultural. De todas partes, y por todos los medios, nos llegan las noticias que dañan la vida tranquila a que aspirábamos. Y esto ya no es solo asunto de los pueblos subdesarrollados ni de las repúblicas bananeras. Los sobresaltos conmueven a los imperios y concitan la preocupación de los dueños del mundo. La crisis sistemática es el hilo argumental de este tiempo, por eso, si no asumimos su dimensión, si nos negamos a admitir su gravedad, no será posible encontrar soluciones adecuadas.
Así pues, decir la verdad es un imperativo. Y es también una obligación asumir el papel que nos corresponde cumplir en la riesgosa frontera de las soluciones.
Hay que atreverse a señalar que lo que vivimos marcará profundamente el porvenir y que las circunstancias que vengan, probablemente, no serán las más óptimas.
Habrá que repensar, con rigor y franqueza, el poder, los derechos, el Estado, la democracia, la legalidad, el principio de autoridad. Habrá que pensar en todo eso y en mucho más, considerando que los conflictos están allí, y que no se los puede soslayar. Habrá, incluso, que pensar en que algunos esquemas de poder y pensamiento han sido superados por los hechos. Así es la historia, y así ha sido siempre.
Habrá que mirar a nuestras sociedades desde otra perspectiva, a fin de entender de mejor modo las complejidades que nos ha tocado vivir. Habrá que aceptar con humildad que podemos estar equivocados, que la libertad puede ejercerse en el error, que la democracia debe replantearse, que el pueblo no es sabio, que las minorías no tienen todos los derechos, que las instituciones son de mala calidad, y que el olvido de la moral y de la responsabilidad están entre las causas de nuestras angustias.
La verdad debería concitar debate, pero en ningún caso debería provocar negaciones, más aún si los hechos están a la vista y forman parte del paisaje cotidiano. Las negaciones empantanan las discrepancias y opacan la transparencia que se necesita para llegar a conclusiones útiles en tiempos complicados. (O)