Estamos cercanos a la próxima votación para elegir las autoridades seccionales, del CPCCS y responder a la consulta. Personalmente me alegran los múltiples comentarios que los debates han provocado, pues hay un avance en el interés y seguimiento que tales acontecimientos suscitan. Para muchos fue como sentarse en un teatro a mirar un show. En las tertulias barriales fue más motivo de bromas que de profundización de propuestas. Mi opinión, no fundamentada en estadísticas sino en escucha, es que muchas decisiones se tomaron a partir de las intervenciones y que no habrá mayores cambios, salvo hechos impredecibles, en la intención de voto. Las elecciones podrían ser mañana. Lo que se presentaba como un tiempo muy corto para promocionar candidatos, ahora parece largo y aburrido. Y en esa certeza, hay que reconocer que los debates, con sus muchas falencias, tuvieron y tienen un rol importante.

Hay varias preguntas que han surgido a partir de la intervención de varios de los expositores.

Los debates tenían un planteo de lucha, de crítica para generar polémica y así conquistar el trofeo de ganar la contienda, más que exponer planes, de qué hacer, cómo hacerlo y con qué y quiénes hacerlo.

Criticar para llamar la atención limita la capacidad de comprender mejor los problemas abordados, sus múltiples aristas, dificultades y las bondades de su solución. Provoca más ira que comprensión, más polarización que reflexión, nos convierte en espectadores de torneos de box verbales más que en posibles artífices de soluciones consensuadas.

La política debería ser el arte de cuidar a la gente, el entorno, (...) sin miedo a hablar de amor y ternura...

Sería mucho pedir que alguna propuesta de un adversario, que se considera interesante, se prometa estudiarla para ver si conviene o no su aplicación, siempre que esté alineada con la planificación que se propone y para la cual se pide el voto.

Hay hechos y propuestas que necesitan polémicas, pero convertir todo en polémica es agotador y dice más del que la provoca constantemente que de los interpelados. Las palabras no las lleva el viento, se quedan en nosotros; más que utilizarlas, a veces ellas nos utilizan y hay que tener cuidado con lo que decimos.

Recuerdo de mi época escolar un ejemplo que se grabó en mi memoria y ha iluminado mi vida. Nos hacían tener una tabla y clavar un clavo cada vez que insultábamos o calumniábamos a alguien. Cuando reflexionábamos y pedíamos disculpas o asumíamos que no lo volveríamos a hacer, sacábamos los clavos uno a uno. Luego contemplábamos cómo había quedado nuestra tabla. No era más la del comienzo, tenía muchos huecos y a veces se rompía. Aprendimos que la calumnia y las mentiras dejan muchas huellas y dañan hasta lo más fuerte.

La política no es tierra de nadie, donde todo está permitido. La política debería ser el arte de cuidar a la gente, el entorno, lo que nos rodea, sin miedo a hablar de amor y ternura, junto con firmeza, efectividad y humor necesarios.

Jacinda Ardem, la admirada gobernante de Nueva Zelanda, dice: “Para mí, el liderazgo no se trata de ser el más ruidoso en la sala, sino de ser el puente o lo que falta en la discusión para construir un consenso a partir de ahí”, y da un consejo: “Sé fuerte, sé amable, estaremos bien”. Sería para recordar en medio de la zozobra que vivimos. (O)