El primo Marcelo almorzaba con frecuencia en nuestra casa, estudiaba para abogado aunque lo suyo era el fútbol; cantaba entusiasmado “adorada marcianita”, pero tenía la voz más destemplada que recuerdo haber oído; era simpático y yo amaba verlo al llegar, pero lo odiaba con todas mis fuerzas cuando hacía avioncitos de papel que aterrizaba en mi amplia frente que usaba de aeropuerto. Un día me propuso jugar un partido de fútbol muy original, deslizando la pequeña pelota de goma, que servía para jugar macateta o jacks, por la mesa de la sala. Retiró con cuidado el centro de mesa, los ceniceros y demás adornos. Sus dedos índice y medio simulaban las piernas del futbolista y mi boca abierta de par en par era el arco de gol. Yo estaba sentada en el sillón azul a más de un metro de la cancha improvisada y él, con gran solvencia y voz de locutor, narraba el partido. Con la habilidad de un delantero avanzó “con el esférico” moviendo los dedos a toda velocidad y al llegar al filo de la mesa tingó la pelota y metió en mi boca un gol redondo, cauchoso, asqueroso. Yo me sentí humillada y él rio con ganas. Lloré y a él pareció no importarle, pero a su siguiente visita llegó con una revista de Archie para mí. Un día de esos cumplió 20 años y recitó: Hoy cumpliré veinte años. Amargura sin nombre / dejar de ser niño y empezar a ser hombre… A mis 8 años no tenía idea de quién era Medardo Ángel Silva, solo supe que el ritmo de esas palabras era hermoso y lo memoricé.

Hace una semana y media cumplí 65 y aunque recordé el poema no sentí amargura. Quienes me llamaron a felicitar me recordaron que ya no tengo pico y placa, que puedo reclamar la devolución del IVA, que pagaré la mitad del valor de los servicios y pasajes. Estas noticias me alegraron el día, hasta que me percaté de que no tengo carro, prácticamente no compro nada gravado con IVA, que me parece injusto pagar la mitad del valor de los servicios porque gracias a mi pago muchos sectores pueden tener agua y luz; y, que los pasajes cuestan la mitad pero no sus impuestos. Lo que ningún amigo me recordó es que ya no tengo obligación de votar y ese es un derecho que, desde hace semana y media, me tiene sin sueño.

Mi vejez legal y oficialmente decretada me recuerda que estoy harta de votar por el menos malo.

Las preguntas que me desvelan son muchas: ¿Es democrático votar por quien no se cree y por lo que no se cree? ¿Qué clase de elección es aquella en la que los candidatos exhiben orgullosos sus grilletes, glosas y juicios; su desvergüenza, ambición desmedida, egolatría e ignorancia? ¿No ha demostrado el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS) ser una entidad pública vergonzosa? Entonces, ¿qué hago? ¿Voto en la consulta para que se elimine este ente impresentable, pero marco en las papeletas de candidatos en el casillero del menos malo?

Elecciones seccionales 2023

No, mi conciencia veterana me dice que no puedo ser incoherente. Mi vejez legal y oficialmente decretada me recuerda que estoy harta de votar por el menos malo. Mi ancianidad recién estrenada se rebela ante tanta payasada.

Votar sería traicionar mi ética y conciencia, hacerle el juego al absurdo. Creo que un ateo no debe comulgar ni un católico escupir un crucifijo. (O)