En el norte, el oeste, pero sobre todo en el sur. En Durán y Samborondón. No hay día en que no se registre un caso de sicariato en Guayaquil y su zona de influencia.

Es el rastro evidente de la disputa delincuencial por controlar territorios. Del reverdecer de algunas pandillas tristemente célebres. De advertencias y vendettas sangrientas.

Y el hilo que une todo esto es el intenso circular de droga por la ciudad, de micro y sobre todo macrotráfico, que igual que la pandemia nadie ve o quiere ver, pero está aquí y ataca con ferocidad a los pilares de la convivencia social.

Pero si usted circula por la otra ciudad, la turística, la comercial, la histórica, parecería que nada pasa. Parques llenos, comercios por sobre el aforo, restaurantes que retoman las ventas restringidas por el COVID-19. Indiferencia. ¿Nos acostumbramos? ¿Ya no nos alarma ese arranque diario de noticiarios con una muerte por encargo? O ¿tampoco nos causa frío o calor un operativo sorpresa de la policía que, como ocurrió esta semana, descubre una fábrica de armas dentro del llamado Centro de Rehabilitación, desde donde las reparten a la delincuencia común?

La falsa normalidad es tan peligrosa como cualquier pandemia. Que el sicariato del día quede en el ámbito de la anécdota y que los parientes, como me dicen fuentes judiciales, cumplan con denunciar el hecho solamente porque es un requisito para retirar el cadáver, es muy grave. O si los parientes vuelven a la justicia, es para tramitar la devolución del vehículo, teléfono y pertenencias de la víctima, porque enfrentar al autor dentro de un proceso, aunque lo tengan plenamente identificado, les causa pánico. Y si no hay doliente, difícilmente la justicia ecuatoriana, de ancestral lentitud selectiva, sancionará.

¿Es una opción mirar para otro lado? Para nadie, menos aún para las autoridades y cuerpos policiales. Ellos son, no lo dudo, amplios conocedores de la situación. Saben que lo que pasa, por ejemplo, en el sur de la urbe tiene directa conexión con la actividad portuaria que se desarrolla en la denominada ‘Cuarentena’, ramales del estero Salado por el que transitan los buques lentamente.

Ese sector, antiguamente plagado de piratas, es ahora escenario del narcotráfico que ‘preña’ contenedores o bodegas de barcos, quizás con algunas ayudas internas. Y ese es el telón de fondo de la guerra territorial y las vendettas que terminan en muerte.

¿Qué hacer? Las autoridades, pienso, deberían iniciar por sincerar la situación, en su real dimensión, cuidando el riesgo de alarmas innecesarias. Que la ciudadanía esté consciente del momento en que se encuentra la seguridad y cómo cuidarse.

Pero tan o más importantes que las individuales serán las medidas colectivas, la participación activa de los actores sociales, ciudadanos, empresarios, comerciantes, comunicadores, para ponerle un alto a las ‘guerras’ que algunas bandas han llevado a las calles, evitando que el relato se vuelva algo parecido al que se da a un partido de fútbol. Y que cada nuevo sicariato duela a cada uno de los habitantes de Guayaquil en lo más profundo, porque si ha ocurrido en la ciudad, las campanas también doblan por ti. (O)