Elecciones presidenciales, nuevamente. No hay nada nuevo que decir. Estamos en lo mismo. Escogeremos al próximo jefe de gobierno de acuerdo con las simpatías que nos inspire. La empatía juega un rol más importante que la realidad nacional, al momento de ir a votar. Antes, los candidatos ganaban por hacer bailecitos en TikTok; ahora, se disfrazan de superhéroes. ¿Alguien habla de nuestros problemas? ¿Alguno se atreve a proponer posibles soluciones? Y cuando proponen algo, ¿qué tan factibles son dichas propuestas?

Dos elecciones atrás, los dos candidatos finalistas (irónicamente, los dos últimos presidentes que ha tenido este país) ofrecían un millón de viviendas de interés social. ¿Dónde están? ¿Cuáles serán las babosadas imposibles que ofrecerán los candidatos de ahora? ¿Con qué tipo de mentiras nos dejaremos tomar el pelo esta vez?

Todo indica que el populismo que nos gobernó por diez años volverá al poder. El secreto de su éxito: mantener una estructura organizada y unidireccional. El bando opuesto, incapaz de ceder para llegar a acuerdos, se ha dividido en tres o cuatro facciones, garantizando así su derrota y el triunfo del pasado. Otro punto a favor de los futuros ganadores es lo único que ha hecho bien el presente Gobierno: decepcionarnos. La oportunidad de plantear una alternativa para manejar el Ecuador se perdió.

Una vez más, la revolución cumplirá su verdadero objetivo, el cual dista de la justicia social. Si aprendemos de las lecciones históricas que han dado Rusia y Francia, es que lo único que consiguen las revoluciones es tumbar una clase dominante para imponer otra; sacar a las oligarquías establecidas para imponer un grupo de oligarcas emergentes. La Rusia de hoy dista mucho de la justicia social.

Y con estas palabras no pretendo negar que el sistema capitalista se dirige hacia su propio colapso, a mediano plazo y a escala mundial. Pero no creo que lo reemplace un paraíso comunista. Veo más probable una suerte de segundo feudalismo, con rasgos terratenientes, corporativos y tecnológicos. Pero, hasta que eso se dé, nos gobernarán personajes sacados de un espectro que va desde caricaturas farandulescas hasta caudillos autoritarios.

Algo de lo que no se habla mucho ahora, y que puede tener peores consecuencias, es el tipo de candidatos a la Asamblea Nacional. ¿Es posible que escojamos representantes peores, en comparación con los que componían la Asamblea recién disuelta?

Ojalá lo que venga retome el humanismo y la consideración del otro; y que no usen estas virtudes universales solamente para esparcir odio a grupos de oposición. Ojalá el triunfador de las próximas elecciones tenga un entendimiento del enorme desafío que le espera; y que sus gestiones se realicen buscando el bien de la nación, por encima de su propia vanidad o de los intereses de su partido.

La realidad de ahora no tiene causas, ni ideologías, ni uso de la razón, ni propuestas. Vivimos y somos todos parte de esta nueva barbarie. La democracia se ha reducido a una competencia entre agrupaciones con diferentes orígenes e intereses. Y este desgano no es solo mío ni solo de este país, se lo vive en todo el planeta. (O)