Que la revolución ciudadana se está desgranando, es la comidilla de estos días. Puede ser, pero primero hay que aclarar si se refiere a la Revolución Ciudadana, con mayúsculas, que es uno de los doscientos y más membretes otorgados graciosamente por el Consejo Electoral y que se materializa en una bancada de la ilustradísima Asamblea Nacional. O se trata de la revolución ciudadana, sin mayúsculas, que es el apelativo que tomó una de las muchas oleadas populistas de nuestra historia para conquistar a la izquierda ingenua y famélica que no puede sobrevivir sin un caudillo (aunque de izquierda no tuviera nada, como Ehlers, Abdalá, Gutiérrez o Correa).

Depravación política

Si se refiere a la primera, todo parece indicar que sus integrantes sí tienen razones para preocuparse, porque se están desgranando como choclo en manos expertas (con el agravante de que las manos son las del dueño de los choclos). Si se trata de la otra opción, hay que ser más cuidadosos con las afirmaciones. Sin embargo, la fatalidad del destino indica que ambas tienden a confluir en un punto del tiempo que marcará el fin del apelativo con mayúsculas y con minúsculas.

El desgrane de la bancada legislativa es la repetición de la conocida historia de atender a los llamados del mejor postor. Como todos los mal llamados partidos políticos ecuatorianos, los puestos en las listas no se obtienen gracias a la trayectoria y mucho menos a la formación ideológica-política que idealmente generan lealtad a principios y valores. La lealtad, en un medio en que los supuestos partidos apenas son membretes, es algo que varía con el tiempo y que está definida por el cálculo de costos y beneficios. La lealtad revolucionaria, de la que tanto se enorgullecen, lo es hacia el líder mientras este pueda proporcionar algo concreto. La razón de peso está en la obtención de cargos políticos, puestos burocráticos, influencia o, por encima de todo eso, plata, dinero, cushqui o como quiera que lo llamen. La lejanía del líder y las limitaciones de sus operadores para realizar esa utopía estrictamente personal los lleva a ese mercado que funciona en esa área semicircular supuestamente destinada a parlamentar. Así, el futuro de la Revolución Ciudadana, con mayúscula, depende lo bien o mal que funcione la ley de la oferta y la demanda.

Un grave problema de la democracia

La permanencia de la otra cara depende de la presencia o de la ausencia de un personaje que ocupe el puesto de padre todopoderoso que tanto apasiona al elector ecuatoriano. La historia nacional y las propias características de ese movimiento no les dan la razón a los pocos militantes que se han pronunciado acerca de lo que a todas luces es una crisis de proporciones. Ellos aluden a la fuerza de los principios y a un supuesto proyecto ideológico que se asienta sobre una firme base social. Pero, su propia incapacidad de soltarse de la mano (o más bien del puño) del dueño de la carpa que los ampara, es el reconocimiento de sus límites, del minúsculo espacio en que pueden moverse, de las restricciones para opinar (sino que lo diga la encargada de una dirección que es tan inútil como inexistente). Saben, o por lo menos intuyen, que su futuro político está definido por la voluntad del caudillo y que sin él se terminará el proyecto.

En síntesis, con mayúscula o con minúscula, el desgrane parece inevitable. (O)