En el discurso de posesión, el presidente Daniel Noboa señaló que hay una “deuda histórica” en el Ecuador respecto al Museo Nacional. Se refiere al proyecto de un edificio propio. Se ha avanzado en ese sentido. En enero se firmó una carta de intención para dar un terreno de trece mil metros cuadrados para la edificación del museo. Y se transfirió hace un par de meses. Estará ubicado en Quito, entre las avenidas Eloy Alfaro y República. También se ha dado continuidad con la ratificación de la Ministra de Cultura, Romina Muñoz, quien ya dirigió en su momento el Museo. Son buenas noticias. Una obra de este calibre es, en efecto, una deuda histórica que está por encima de simpatizantes y detractores. Espero que este gobierno pueda llevarlo adelante. No diré que lo espero con ilusión. Porque la norma de los gobiernos ecuatorianos, y no hablo solamente del actual, no ha sido darle atención profunda a la cultura. Y atención que no me refiero a esas políticas de subvenciones que terminan facilitándole la vida a un laberinto de burócratas culturales enquistados en los entramados de contactos, auspicios y demás subterfugios para, finalmente, malvivir del arte. Los problemas de la cultura en el Ecuador exigen mucho más que un hermoso museo necesario para conservar y poner en un diálogo vivo el archivo de un país. Hay que lograr una actitud y un carisma para la cultura, facilitando las libres iniciativas de la sociedad civil. Que los esfuerzos no se vuelquen a dejar monumentos (menos aún a recurrir a la cultura como el show de paso en las reuniones diplomáticas o los eventos internacionales), de manera que nos quedemos ciegos ante otros problemas correlativos a la cultura que suman entre sí.
Solo el capítulo referido a los libros y el mundo editorial tiene pendientes de larga data. Seguimos teniendo dificultades para la exportación y promoción de libros ecuatorianos. Seguimos con un servicio postal prácticamente inexistente (días atrás me llegó un libro enviado por un amigo desde el extranjero… con dos años de retraso). Seguimos en la dispersión y desconexión de un proceso de ferias de libros en el Ecuador, donde todavía siguen separados la Cámara Ecuatoriana del Libro y el Municipio, haciendo cada uno su pequeña feria, con mayores o menores logros, pero sin alcanzar todavía un consenso que reúna, más que disperse, y permita realmente tener en Quito una Feria de Libro ejemplar. Deberíamos seguir el ejemplo de Colombia y que haya una entidad coordinadora de las ferias del libro. Elegir el mes de junio para la Feria del Libro de Quito, cuando se realiza en simultáneo la Feria del Libro de Madrid, es no darse cuenta que llevamos las de perder para lograr la presencia de autores de prestancia internacional en lengua española. Seguimos sin contar con mecanismos de distribución del libro, impidiendo que las ediciones de libros nacionales circulen por el resto del país. Seguimos sin dar facilidades y estímulos para la creación de librerías. Seguimos generando, a veces por connivencia u omisión, endogamias en los circuitos de apoyos estatales o municipales, sin una visión realmente ambiciosa de las riquezas culturales que tiene el país, sesgados casi siempre por cuestiones partidistas o ideológicas. Seguimos sin tener clara la aplicación de la normativa del Depósito Legal de libros, esos ejemplares que cada editorial debe entregar como prueba de impresión y que sirve para tener un archivo de la producción nacional. ¿Se controla esa entrega de ejemplares por cada ISBN? ¿Siguen siendo absurdamente diez ejemplares lo que se deben entregar, o solamente son tres, cifra que me parece más que suficiente? ¿Cuál es el archivo definitivo de esta producción nacional, está actualizada y se puede consultar? Seguimos creyendo que todo está bien cuando las grandes empresas editoriales globales siguen sin tener sus sedes editoriales en Ecuador, como la tuvieron años atrás, pensando acaso que son ogros voraces que quieren consumir un mercado, cuando precisamente pasa lo contrario, su ausencia aplana el medio editorial y le quita emulación (de paso, una Feria del Libro relevante tiene casetas de sellos editoriales, no solo de librerías). Seguimos creyendo que los libros no tienen peso en la construcción de la imagen internacional, pensando que son otras las artes llamadas a constituirse en voces fáciles y veloces, pero sin huella duradera, para la comprensión profunda de la realidad múltiple del Ecuador. Seguimos aceptando la vergonzosa ausencia de espacios de cultura y comentarios sobre libros en los medios de prensa independientes, sin por eso pedir solamente prensa estatal para que se vuelvan trincheras. Seguimos indiferentes a las crisis de las carreras de humanidades, a las que las mismas universidades abandonan supeditadas a la supuesta realidad de pocos inscritos, cuando no se hacen esfuerzos reales para apoyar y promocionar las humanidades, todo disuelto en un discurso ambiguo donde se declara la vocación humanista pero por detrás, o al lado, o más allá, la abandonan por una noción de eficacia o de demanda que termina siendo de la mediocridad más ruidosa.
Podría seguir con el listado de cuestiones que deben afrontarse para cultivar a un país. Es aquí donde un gobierno debe asumir liderazgos y no manipular la cultura como un frente más de propaganda. Cuando esto ocurre, se derrumban las buenas intenciones, o mejor dicho se revela la agenda. Me ha llamado la atención la insinuada polémica sobre retirar el mural de Guayasamín en el Congreso Ecuatoriano. Por supuesto, no debe retirarse, ni por asomo se lo debería quitar. Es parte de la historia de la cultura de este país. No me gusta, pero lo defiendo. Porque este tipo de seudopolémicas son las que distraen de lo principal. En este sentido ojalá que ese futuro Museo Nacional no se entregue a los obsoletos discursos de militancias y movimientos que se contentan con ganar milímetros fantasmagóricos, con fecha de caducidad, dejando a un lado el pulso más creativo, original, riguroso y diverso que estimula la mente y la imaginación. (O)