Efraín Jara Idrovo nació en 1926 y falleció en 2018. Entre ambas fechas publicó algunos de los poemas más destacados de la literatura ecuatoriana, desde el inicial Tránsito de la ceniza, de 1947, pasando por el que probablemente es el más emblemático de sus poemarios, Sollozo por Pedro Jara, de 1978, y que se levanta como una de las muestras de exploración literaria –por su estructura combinatoria que permite leer tres variantes de las cinco partes del poema– de una década realmente pionera para la transformación de la literatura ecuatoriana. Ese mismo año se publicó Carta larga sin final de Lupe Rumazo, y pocos años antes novelas como La Mantícora de Pareja Diezcanseco y Entre Marx y una mujer desnuda, de Adoum. Hablamos de obras mayores que arriesgan formas literarias con las que se toma distancia de la tradición realista del siglo XX. Hace unos meses la Universidad de Cuenca, en colaboración con la Editorial Municipal de la Alcaldía de Cuenca, publicó en tres tomos la obra reunida de Jara Idrovo en una edición impecable, acompañada por el trabajo crítico de un equipo editorial conformado por María Augusta Vintimilla, Cristóbal Zapata, Manuel Villavicencio y Johnny Jara, escritor e hijo del poeta. Precisamente gracias a Johnny Jara tengo la plaquette de 1948 de su padre, titulada Rostro de la ausencia, rareza no sólo por inhallable sino porque está dedicada de puño y letra para Ángel F. Rojas. La dedicatoria no está fechada. Quiero suponer que fue en el mismo 1948, cuando Rojas publicó en México su ensayo La novela ecuatoriana. No he querido averiguar la historia concreta. Quizá Jara Idrovo se lo pensó dos veces, no contento del todo con esos poemas. Que en efecto no volvió a publicar íntegro y del que constan algunos poemas en esta nueva edición. Lo cierto es que a lo largo de los años la obra de Jara Idrovo tuvo distintas ediciones. Nunca dejé escapar la oportunidad de conseguir sus libros, en ediciones muy bien cuidadas pero que raramente se reeditaban. La antología que él mismo curó, titulada El mundo de las evidencias, permitió tener un panorama de su creación poética. Ahora la visión no sólo es completa sobre su poesía. Los dos tomos adicionales de estas obras reunidas, incluyen un segundo tomo con ensayos y discursos, acompañado de una selección de correspondencia que lo convierte en un tomo revelador, así como de un tercer tomo con entrevistas y crítica sobre su obra. El criterio editorial ha sido realmente exhaustivo y proporciona las claves no sólo críticas sino autobiográficas para comprender la obra del escritor cuencano.
En uno de sus poemas, Rastro de palabras, dice Jara Idrovo: “¡Ay! destino solitario del tallador”. Este verso me parece que sintetiza la trayectoria de un escritor que fue un tallador de la palabra. En Rostro de la ausencia uno de los versos habla sobre una golondrina, y dice: “la muerte en su pechera, hecha de luz de nardo”, en las siguientes ediciones se recupera el poema pero el verso cambia: “la muerte en su albo pecho con nitidez de nieve”. El tallado no solo elimina una coma sino que refuerza una imagen de blancura directa con una condición abstracta que va más allá del color, en la nitidez. Esta pulcritud y exactitud de Jara Idrovo se puede percibir en toda su obra, de la que hay poemas memorables precisamente porque tienen una matemática nitidez, desde “Balada de la hija y las profundas evidencias” a “El almuerzo del solitario”, o los cinco movimientos de “Alguien dispone de su muerte”. El logro del Sollozo por Pedro Jara radica en que evidencia el espíritu geométrico para asumir el desgarro vital, en una tensión de forma y contenido que las hermana en vez de oponerlas. Luego de un trabajo amplio en el verso libre, habría que llegar con ese antecedente a su último libro, Los rostros de eros, donde trabaja la forma clásica del soneto de una manera particular que debería considerarse por encima del tópico previsible sobre el soneto, apuntando a percepciones inauditas, carentes de rima, que rompen la voluntad de una referencia simple, como en “Mirada inconmovible del insomnio”, que empieza diciendo: “Abro los ojos. No percibo nada: / paso de la ceguera a la tiniebla. / Pero hay un fuera, donde el mar resuella, / y un dentro en el que reluces como espada”. En solo cuatro versos las percepciones sufren gradaciones visuales, espaciales, auditivas y hasta conflictivas. ¿Por qué se apela a alguien como espada? No se establece el sexo de la persona a la que se dirige pero ese mar que “resuella” introduce subrepticiamente una posible figura amatoria sin explicitarlo, salvo por la insinuación fonética. Así, uno va caminando de puntillas sobre una poesía meditada y ampliamente corregida.
Con Efraín Jara Idrovo nos encontramos con uno de los poetas más cristalinos de la poesía ecuatoriana del siglo XX, de quien todavía habrá mucho que decir. Esta obra reunida permitirá descubrir diferentes aristas a su obra poética así como también a su reflexión ensayística y la apertura de esa dimensión personal que permite ahora la difusión de su correspondencia. Porque sólo ahora comprendo el trasfondo que siempre transmitió Jara Idrovo, para quienes lo conocimos por su literatura más que a la persona: una ética del rigor. Así lo plasma en una carta a María Augusta Vintimilla en 1996: “Una obra nunca está concluida, debe reescribirse y reajustarse permanentemente hasta que no consienta el cambio y la adición o supresión de una sola palabra, puesto que la malograría (…) Es necesario que el tiempo establezca cierta lejanía entre el escritor y su obra, que le posibilite una determinada perspectiva para juzgarla como si fuera ajena y, así, incorporando el rigor de la crítica a la torrencialidad de la creación, tentar con despaciosidad los correctivos que otorgarán relevancia e irradiación”. Jara Idrovo lo logró. Esta obra reunida es maestría de exigencia y talento. (O)