Hace meses leí un espectacular libro: Derecho degenerado. Teoría jurídica y juristas de Cámara del Tercer Reich. Escribe el académico alemán Bernd Rüthers. Lo publicó Marcial Pons en 2016. En el análisis desde el arribo del nacionalsocialismo al poder –mediante elecciones–, la implantación del nazismo y el fuerte liderazgo de Hitler se encuentra una cantidad de hermandades y semejanzas con lo que representan, a mi juicio, algunos caudillos autoritarios en América Latina. Menciono tres: Daniel Ortega en Nicaragua, Nicolás Maduro en Venezuela y el caudillo ecuatoriano que reside en Bélgica, felizmente derrotado en las elecciones del 11 de abril.

En todos estos casos, el líder autoritario es descaradamente cínico, amargo y resentido. Provoca una perversión y degeneración de la política. Sin embargo, ensalzados y glorificados. ¿Cómo fue posible embrutecer a tantos? Se pregunta el escritor alemán. La pregunta que cabía entonces cabe ahora.

Se erigió un Estado omnipotente y autoritario, titular de derechos, donde no caben ciudadanos sino súbditos, sometidos al Estado y al líder. Un sistema de gobierno absoluto, donde todo el poder estaba en las manos del líder, sus ímpetus y ardores. ¿Autoridades de control? ¿Qué era eso? El líder estaba en la cúspide del poder total. Hizo y deshizo.

Hitler entendió el liderazgo como saber mandar. El mandamás único. El führertum, dirían en la Alemania del nacionalsocialismo. No hay administración de justicia autónoma. Eso no es posible. Solo deberes de sumisión y fidelidad hacia el líder. No hay espacio que no sea para la obediencia. Una judicatura homogénea, politizada y leal al poder.

Para el führer de allá y los de acá, sus afines y obedientes son confiables. Quienes disienten son los “otros”, enemigos y “traidores”. En la política no caben las discrepancias. Se abomina al que piense de otro modo. La lógica del líder: aplastar, humillar y aniquilar a los “enemigos”.

Estado, gobierno, movimiento político y líder eran una sola cosa. En la cúspide, el líder que impone el orden, la unidad y la cohesión. Una sola voluntad prevalece y es la suya, sobre todo, aun por encima de la Constitución; y, si se quiere interpretarla, la harán sus dóciles jueces constitucionales.

¿Separación de poderes? ¡No!, idea burguesa y vieja enterrada junto a Montesquieu y Locke. Todos los poderes están alineados a favor del líder. Sus órdenes garantizan obediencia. ¿Quién limita el poder del Estado? Nadie. Todo el poder está en las manos y en la pasión del líder. No conoce ni tiene límites. Una voluntad, superior y suprema. Incuestionable e inapelable. Hitler perseguía la homogeneidad y pureza racial. En los otros casos, la cohesión ideológica y el poder absoluto y perpetuo para delinquir con el patrimonio público y en la impunidad. Lo que decía el líder, exaltado y rencoroso, configuraba la agenda para los legisladores, jueces y funcionarios serviles.

¿Sería mucho pedir que en algunas universidades los jóvenes tengan acceso a estas lecturas? ¿O es suficiente seguir con el Manifiesto de Marx y Engels? ¿Y seguimos adorando a los nuevos dioses del totalitarismo? (O)