La palabra del año, según la revista The Economist, es kakistocracia, que tiene su origen en el griego antiguo y se compone de dos elementos: kakos, que significa malo, sórdido, sucio, vil, incapaz, innoble, perverso, nocivo o funesto; como superlativo, kakistos significa “el peor” o “lo más malo”. Y kratos significa poder, mando o gobierno. Etimológicamente, kakistocracia significa el gobierno de los peores.
Según la publicación, el concepto de kakistocracia se utiliza para describir gobiernos liderados por personas menos competentes o más corruptas. Líderes que priorizan la obediencia sobre la competencia, seleccionando a sus colaboradores basándose más en la incondicionalidad personal que en sus habilidades o experiencia profesional. Líderes que desmantelan las instituciones, a través de gobiernos percibidos como “destructores” de la institucionalidad democrática, aplicando el poder del Estado para destruir o eliminar estructuras gubernamentales o estatales que consideran disfuncionales y hostiles. Líderes que coexisten con la corrupción y la falta de ética, donde la mala gestión se asocia a la promoción de prácticas corruptas, falta de transparencia y el uso de la administración pública para beneficio personal o partidista. Líderes que ejercen una mala gobernanza en general, en la que las políticas públicas son frecuentemente ineficaces o diseñadas para beneficiar a un determinado grupo de interés en detrimento de la sociedad.
La kakistocracia captura el descontento y los temores de la ciudadanía frente a la degradación de los estándares mínimos de la democracia ideal y evidencia que la democracia real está atrapada en el círculo perverso del poder político, que a la vez se renueva constantemente en cada ciclo electoral.
De ahí que en las papeletas electorales se transparentan los signos de la kakistocracia: candidatos que carecen de la experiencia o habilidades necesarias para desempeñar funciones públicas, con antecedentes de corrupción, malversación de fondos o involucrados en escándalos que demuestran falta de ética, que son seleccionados por los partidos políticos más por su sumisión que por sus méritos o que son familiares, amigos cercanos e individuos ligados a redes del clientelismo oportunista. Papeletas que reflejan un poder político centralizado, que facilita la perpetuación de líderes ineficaces, corruptos y serviles, protegidos por un sistema electoral opaco y un sistema judicial subordinado al poder de los peores, que han tomado el control del Estado.
La elección de esta palabra rescata el debate ciudadano sobre la calidad del liderazgo político y el riesgo que representa pasar de un mal gobierno a un peor gobierno. Una transición donde, en cada ejercicio electoral, la democracia profundiza su degeneración, porque la kakistocracia se alimenta y es alimentada por una sistemática inmoralidad violenta del uso del poder que, como señala Michelangelo Bovero, catedrático de Filosofía Política, es “reemplazada por una nueva inmoralidad, astuta y cínica, a menudo abiertamente perversa”. (O)