Este 5 de abril se cumplieron 435 años del nacimiento de Thomas Hobbes, uno de los padres fundadores de la filosofía política, en este aniversario reflexionamos sobre la naturaleza y el concepto del Estado. La obra más famosa de este pensador británico es el Leviatán, nombre de un monstruo bíblico que simboliza al Estado. El escritor nació en Wiltshire, en cuyo distrito se hallan las ruinas prehistóricas de Stonehenge y Avebury. Debe haber conocido estos círculos formados por descomunales prismas de piedra. ¿Imaginó asambleas de personas de la Edad de Hierro fundando el Estado en este majestuoso escenario tres mil años antes de Cristo? Este sueño de un sueño se debe a que Hobbes fue uno de los iniciadores de la llamada teoría contractual del origen del Estado, que sostiene que la entidad política suprema se funda mediante un acuerdo entre los futuros ciudadanos.

Si alguna ruina influyó en este intelectual, fue la del pensamiento escolástico, que atribuía la existencia del Estado al derecho otorgado por Dios a los reyes. Esa creencia se había derrumbado con el surgimiento de la ciencia empírica y del racionalismo filosófico, que estaban suprimiendo la creencia en la directa intervención de la divinidad en la marcha del Universo, en la naturaleza y en la vida de los hombres. Entonces para legitimar a los reyes y sus secuaces nobles, había que buscar una nueva explicación y la encontraron en el llamado pacto social. Después vendrían el también inglés John Locke y el suizo Jean-Jacques Rousseau a desarrollar y matizar esta idea que es tan mítica como la del Paraíso terrenal. En contados casos, y de manera limitada, un Estado ha surgido de algo parecido a esa fantasía. La verdad es otra.

Friedrich Engels especula que el Estado surge al interior de las sociedades tribales primitivas, por el empoderamiento económico de un grupo. Lo que tampoco coincide con la realidad histórica registrada. Algunas comunidades primitivas se desarrollaron por el surgimiento de la agricultura, la ganadería sedentaria y el comercio, normalmente su organización interna era comunitaria, pero otros pueblos no llegaron a ese estadio de progreso. Estas hordas atrasadas, casi siempre nómadas y dedicadas a la ganadería trashumante, saqueaban las primeras ciudades creadas gracias al excedente de la actividad agropecuaria y comercial. Los urbanitas sedentarios hacen un pacto con un pueblo de ladrones, les pagarán regularmente un tributo, a cambio no los atacarán y hasta los defenderán del pillaje de otros grupos. Esto es algo muy parecido a las bandas de vacunadores que pululan por el Ecuador de hoy. Posteriormente ciertas hordas de vacunadores decidieron establecerse en la comodidad y esplendor de las ciudades, cobrando allí mismo el tributo y siendo servidos por el pueblo subyugado. El Estado, el gran vacunador, está creado y su herramienta esencial será el monopolio de la fuerza en el territorio dominado... ¿entendemos ahora por qué los Estados tienen terror a que los ciudadanos se armen? Este proceso, con variaciones que no alteran su esencia, se ha dado en todo el mundo. En el Ecuador es particularmente claro. (O)