Lo que está ocurriendo en Colombia con el escándalo de Nicolás Petro, hijo del presidente Gustavo Petro, es un ejemplo revelador del incómodo ruido que pueden generar los familiares de un gobernante cuando actúan de una manera ligera y, en el caso específico de Petro, posiblemente delictiva. Paradójicamente Nicolás Petro, ahora en el ojo del huracán, era el único de los hijos del presidente que veía la posibilidad de dedicarse a la política llevando con orgullo el apellido de su padre, circunstancia que más bien lo llevó a encontrar una vía de lucro que le permitió enriquecerse a costa de recibir importantes sumas de dinero de empresarios, aportantes a la campaña de su padre.

Se comenta ahora que entre los aportantes no solo estaban empresarios, sino también personas relacionadas con el narcotráfico y contrabando, es decir, dinero sucio que finalmente no ingresó a los fondos de la campaña presidencial de su padre, sino a su personal peculio. Lo que era un rumor incesante terminó siendo noticia de primera plana cuando la prestigiosa revista Semana publicó una entrevista con la esposa de Nicolás Petro, de quien se había separado recientemente; la inconforme cónyuge hizo importantes revelaciones aportando como prueba sus chats con su esposo, demostrando así la forma como el hijo del presidente colombiano amasó una fortuna que le permitió comprar una lujosa casa en Barranquilla, ostentando tener también grandes sumas de dinero en efectivo. Ante tal escándalo, el presidente colombiano tomó una decisión correcta, como fue pedir a la Fiscalía que investigue a su hermano y a su hijo mayor, expresando que “quien quiera sacar provecho no tiene cabida, incluso si son mi familia”.

Al lío de su hijo se le debe sumar el de su hermano Juan Fernando Petro, quien fue acusado hace pocos meses de haber recibido posibles pagos de narcotraficantes para ser considerados gestores de paz y así obtener la libertad. El mandatario colombiano mencionaba: “Confío en que mi hermano e hijo puedan demostrar su inocencia, pero respetaré las conclusiones a las que llegue la justicia”.

Por supuesto, el hijo de Petro ha negado rotundamente las acusaciones, señalando que no ha recibido ningún tipo de favor político, personal o económico de ningún personaje cuestionable. Entre las revelaciones curiosas consta precisamente la amistad indebida del hijo del presidente colombiano con el Hombre Marlboro, quien le habría entregado 600 millones de pesos a pesar de que ostentaba en su pasado un largo historial narcodelictivo, a tal punto que fue uno de los primeros narcotraficantes en ser extraditado a los Estados unidos. ¿En qué diablos estaba pensando el hijo de Petro al no advertir el delicado riesgo que asumía al relacionarse con una persona que en su historial tenía tanta carga delictiva?

Hay una explicación sencilla y se refiere a la confusa interpretación de los hechos que pueden llevar a determinados familiares de un gobernante a considerar que su conducta está más allá del bien y del mal. Y claro, ¿por qué no hacerse amigo del Hombre Marlboro?, ¿cuál es el problema? (O)