Título borgiano para referirme a la actitud de los ecuatorianos ante las crónicas de aventureros, científicos y meros turistas que han descrito, dibujado y fotografiado nuestro país. Así como al ver nuestro rostro en el espejo nos complace el acierto del peluquero, nos sentimos bárbaramente orgullosos al leer que reconocen la belleza del territorio y las virtudes que por cierto tenemos: ¡qué objetivo este amigo extranjero! Pero si el mismo cronista registra la falta de higiene física y política que caracteriza la vida ecuatoriana, le caemos a pedradas al espejo: ¡qué se creerá este gringo prejuicioso!

Así pienso tras leer Los Andes y el Amazonas, del explorador norteamericano James Orton, cuyo título alternativo es Notas de un viaje desde Guayaquil a Pará, publicado originalmente en 1876. Una agradable edición conjunta de USFQ Press, editorial de la Universidad San Francisco de Quito, y de EdiPUCE, la correspondiente de la Universidad Católica del Ecuador, es la primera edición en español cuando ya está cerca el sesquicentenario de la original. Un enriquecedor estudio introductorio corresponde al historiador ecuatoriano Fernando Hidalgo-Nistri, un experto en literatura científica, quien junto con Irene Paz tradujeron el texto. Como en todas las obras de este tipo, encontramos un cúmulo de descripciones de realidades y aspectos negativos del país, cuya veracidad no se puede negar, puesto que perviven hasta hoy; pero, en contrapartida, dice Hidalgo-Nistri, contiene “una retahíla de prejuicios, de complejos de superioridad e incomprensiones”.

Notemos que el país que visitaron los viajeros anteriores al siglo XX era poco conocido por sus propios habitantes, pues la cultura barroca predominante aquí era hostil a la ciencia. Frente a ella se alzó el espíritu romántico, amante de la naturaleza y admirador de los parajes abiertos, cuyo correlato fue el desarrollo de las ciencias naturales. Orton se esforzó por compaginar su visión ya darwinista con su devoción protestante. No será él el primero en comentar que, como aún se puede comprobar, este es un territorio rico, pero en el que predomina la pobreza por falta de espíritu empresarial, por una cultura obsoleta, una actitud desconfiada e ignorancia de los principios económicos. En cambio, sus opiniones sobre los defectos de los indios sudamericanos son deleznables; ignora sus grandes realizaciones prehispánicas, limitándose a constatar su miserable situación tras siglos de opresión. Nos recuerda el comentarista que las exploraciones de estos viajeros, románticos e intelectuales, no eran del todo ajenas al ánimo imperialista que movía a sus naciones en ese siglo. Sin adscribir expresamente a la doctrina del destino manifiesto, subyace en este libro una clara convicción de la superioridad de los pueblos del norte sobre los del trópico. La lectura de esta crónica y su estudio complementario no tiene desperdicio; en ella experimentaremos ese espanto de la visión ante el espejo, al ver lo que hemos cambiado, pero mayor al comprobar lo que sigue siendo igual: “Por todas partes se veían signos de indolencia y negligencia... Era extraño el contraste entre la pobreza humana y la riqueza natural”. (O)