Uno de los presidentes en funciones, pero que fue luego destituido por el Congreso de ese entonces, en una visita a un reconocido periódico de Quito, reclamó un día por qué no le tomaban en cuenta, como la mayoría de políticos quejosos, que solo busca protagonismo y propaganda gratis, a costa de la debilidad de medios de comunicación y periodistas.

Recuerdo escucharle cómo se dirigió a uno de los ingeniosos caricaturistas y le dijo: “no me has tomado en cuenta hace mucho tiempo; te pido que lo hagas, aunque sea para criticarme, pero tómame en cuenta”.

Menciono este caso para señalar que la mayoría de políticos, salvo escasas excepciones, recurren a los medios de comunicación, incluso a algunos a los que les critican, para figurar, tornarse protagonistas y promocionarse por sus egos personales.

Resulta una pena el juego en el que caen unos medios y comunicadores que, ingenua o deliberadamente, hablan de los políticos todos los días, no importa lo que hagan, sin que ello implique que estén contribuyendo a la solución de los acuciantes problemas de la gente, de los que ni se preocupan.

Atrapan la atención con supuestas peleas públicas entre ellos. Engañan que les quitan el respaldo a quienes aspiran a una reelección y les excluyen de la organización. Revelan sanciones por el simple hecho de reunirse con dirigentes y autoridades de otras tiendas políticas, en una demostración más de la arrogancia, mezquindad y parroquialismo del que viven, pero que es noticia para esos medios que recogen esos hechos, que a la mayoría de la gente no les interesa nada.

Aparecen que entre ellos se pelean, cuestionan y critican. Deslegitiman a los directivos del movimiento y pasan felices porque los medios recogen a diario sus supuestas o reales confrontaciones, cuando hay noticias más importantes que reflejan angustias y problemas pendientes a resolver como la violencia e inseguridad en medio del conflicto armado interno y la guerra contra los grupos delincuenciales. La profunda crisis de la salud pública, del seguro social, de la educación, entre otros.

Por todo ello, el desprestigio de dirigentes y la baja popularidad de las organizaciones políticas, que hoy proliferan y que se han tornado en empresas electoreras, que se han prostituido y que solo sirven para participar en elecciones aunque saquen una escasa votación.

El negocio, participar en elecciones, recibir recursos del Estado y cotizar los puestos en las listas en medio de la proliferación de 233 organizaciones nacionales, provinciales, cantonales y parroquiales.

Hay medios que promocionan incluso a quienes están prohibidos de participar en política porque fueron suspendidos sus derechos tras haber recibido sentencias condenatorias ejecutoriadas por corrupción.

Qué diferencia con países como Perú que tienen una sólida institucionalidad en donde han sancionado a siete presidentes durante los últimos años. Cuatro están en la cárcel con sentencias condenatorias por corrupción. Otro condenado que por su problema de salud solo salió de la cárcel a morir. Otro se suicidó para no ir preso. Un séptimo está procesado e investigado. La octava, destituida hace poco por el Congreso, también está investigada. A diferencia del Ecuador, en donde con audacia y cinismo argumentan persecución política, en el vecino del sur se ha impedido que haya impunidad y les ha caído todo el peso de la ley. (O)