Si antes de las elecciones alguien me hubiera dicho que en dos meses Donald Trump propondría seriamente anexar a Canadá y Groenlandia, amenazaría con llevarse el canal de Panamá, tildaría a Volodímir Zelenski de dictador y lo culparía por la invasión de Ucrania, votaría junto con Rusia y Corea del Norte en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, iniciaría una guerra comercial en contra de sus aliados y llevaría a Europa a remilitarizarse, no le habría creído.
Y es que, aunque siempre he sido crítico del actual mandatario estadounidense, jamás me habría atrevido a imaginar una administración tan errática y autodestructiva como la que estamos presenciando. En menos de seis semanas, el presidente Trump ha hecho trizas el orden global que nació después de la Segunda Guerra Mundial, donde Estados Unidos se posicionó a sí mismo como el líder de un Occidente caracterizado por la cooperación internacional y la activa promulgación de valores liberales y democráticos. Hace pocas semanas hubiese sido impensable que un senador de Francia, uno de los aliados más íntimos de Estados Unidos, pronunciara palabras tan lapidarias como las que pronunció Claude Malhuret hace un par de días:
“Washington se ha convertido en la corte de Nerón, con un emperador incendiario, cortesanos sumisos y un bufón drogado por la ketamina encargado de depurar la función pública. Es un drama para el mundo libre, y ante todo un drama para Estados Unidos. El mensaje de Trump es que de nada sirve ser su aliado porque no te defenderá; te amenazará de ponerte aranceles más altos que los de sus enemigos y te amenazará con despojarte de tu territorio. Todo mientras apoya a las dictaduras que te invaden. (...) Estábamos en guerra contra un dictador, pero ahora estamos en guerra en contra de un dictador apoyado por un traidor”.
Palabras como estas son dulce música para los oídos de Vladímir Putin y Xi Jinping. Ni en sus sueños más alocados estos dictadores se habrían imaginado que en tan poco tiempo la alianza transatlántica que hizo que Occidente prevaleciera en contra del fascismo y del comunismo colapsara tan estrepitosamente. ¿Qué podemos esperar en este nuevo orden, en el cual Estados Unidos ha renunciado a su liderazgo? Para empezar, una influencia mucho más significativa de China en regiones como África y Latinoamérica, particularmente en lo comercial. En efecto, ante la errática política aislacionista de Washington, China se erige ahora como un socio comercial estable y predecible.
Por otro lado, después de 70 años, Europa volverá a militarizarse con todos los peligros que eso conlleva. En efecto, Emmanuel Macron ya ha llamado a Europa a aumentar drásticamente su gasto militar y ofreció extender la protección de sus armas nucleares. Solo el tiempo dirá si la remilitarización del Viejo Continente terminará de consolidar la identidad paneuropea iniciada por la Unión Europea o si, por el contrario, esta será solo el preludio del retorno de las tensiones y conflictos militares que históricamente caracterizaron las relaciones entre los Estados europeos. (O)