Si es verdad que el papa es la representación de Cristo en la Tierra, deberíamos atender a su palabra. ¿Glosó la del Maestro con fidelidad o acaso en su interpretación se tomó libertades que los dogmas verían como peligrosas? No se trata de tener buena memoria, sino de leer una variada colección de textos que están en la red, en el ánimo de conocer más a ese sacerdote de buen talante y frases dicharacheras que lideró a la Iglesia católica durante doce años.

Los hay que dan cuenta de lo que pensaba el arzobispo de Buenos Aires, hasta 2012, y los que brotaron después en calidad de encíclicas y sermones que pronunció como pontífice. No responden a la caracterización de intelectual de la que gozó Benedicto XVI, que hasta una biografía de Jesús publicó para aproximar la imagen del protagonista evangélico con la de la tradición, que él sintió distanciarse a partir de los años 50, con el peligro de la fe, en Jesús, Hijo de Dios.

Francisco fue un hombre que hablaba al pueblo, su palabra es recogida desde la fuente oral de muchas homilías, y se refería a las más vitales preocupaciones mundanas. Y sin saber que alguna vez se llamaría Francisco, en homenaje al santo que era rico y lo dejó todo para hermanarse con los más necesitados, siempre tuvo en el lugar primordial de su mente y corazón la proclama en el amor, amor gratuito, que resume todos los mandamientos en uno y que se materializa cuando uno se reconoce en los otros como prójimo.

He ido recogiendo algunas ideas que me impresionan y que me hicieron simpatizar desde su elección con ese eclesiástico que anduvo en metro, que trabajó en barriadas de pobres y que dio signos de humildad desde el primer día de su mandato: nada de zapatos diseñados por Prada, ni de cadena con cruz de oro, ni de vivir en las salas elegantísimas del palacio de San Pedro, ni de utilizar para trasladarse un Mercedes Benz. Hoy se sabe que renunció a su sueldo de miles de euros, para pasar por el acto de pedir para atender alguna necesidad.

Esa clase de clérigo estaba presente cuando decía que el verdadero ayuno es de quien quiere partir el propio pan para dárselo a otro, quien se privaba no solo de lo superfluo sino de lo necesario para extender el bocado a quien ayuna a la fuerza porque no tiene qué comer. En el año 2013, declarado Año de la Fe, por Benedicto XVI y en el que renunció, Bergoglio dijo: “Profesar la fe con la boca implica vivirla con el corazón y mostrarla con las obras”.

Francisco hizo un llamado a la alegría. No podía admitir novicios serios que no contagiaran del gozo de vivir el amor dentro de las familias y en la comunidad. Sus labios estaban llenos de bromas (¿por eso un comentarista lo llamó superficial?). Vio bueno el replanteamiento de asuntos doctrinales que los católicos jóvenes se hacían, aunque aceptara que la Iglesia debía mantener una unidad de doctrina y de praxis, mientras tanto; esos jóvenes tal vez solo alcanzarán respuestas –y aquí hablaba el hombre de fe– cuando “el Espíritu nos introduzca en el misterio de Cristo”.

Identificó bien la inseguridad de nuestros días, se dirigió a los que matan: “paren, ustedes matan a padres y madres”. Francisco fue un papa que jamás apartó sus ojos del mundo, por mirar el cielo. Ojalá que venga otro que siga ese mismo camino. (O)