A veces me sucede, los libros me eligen. Estaba apurada comprando en un supermercado y vi de soslayo un libro que me atrajo como un imán: La bailarina de Auschwitz, de Edith Eger. Lo tomé en mis manos y no me pude desprender de él. Realmente no quiero leer sobre tragedias, hay muchas cerca nuestro y prefiero no añadir dramas y espanto a mi cotidianeidad. Pero este libro se quedó en mis manos y ahora en mi vida.

Al llegar a casa comencé a leerlo y no lo solté en dos días y medio que tardé en leerlo. Aun de noche, si me despertaba. A las cuatro de la mañana me sorprendieron en su lectura.

Estuve en campos de concentración, conservo arraigado en mi interior el olor, el paisaje, las historias de Mauthausen el campo del horror. He recorrido esos lugares de infamia y siempre la misma pregunta y desolación, cómo los seres humanos podemos llegar a cometer tales barbaries…

La autora sobrevivió a Auschwitz. El canto a la vida de este libro hizo que de pronto afloraran otras preguntas que también me habitan. Hay un común denominador en todas las historias de supervivientes, llegan a perdonar. “Perdonar es lamentarse por lo que sucedió y por lo que no sucedió y renunciar a la necesidad de un pasado diferente”.

Construir a pesar y con lo que sucedió, que no se puede borrar, pero se debe incorporar, admitir, ensamblar en la propia vida y en la de todos los que con ella tienen que ver.

Si el tiempo queda detenido en la opresión y exterminio sufrido... será difícil construir alternativas...

No solo los seres humanos tienen que perdonar, también lo deben hacer las ciudades, pueblos, países. Y pensé en los indígenas. Y en todas sus reivindicaciones, su dolor acumulado, su lectura de su propia historia, muchas veces idealizada, pero que construye su identidad, la aglutina, le da fuerza, los mantiene, los amalgama. Y también los enfurece.

Si el tiempo queda detenido en la opresión y exterminio sufrido, siempre comentado, siempre revivido, siempre actualizado, siempre presente, aunque esté atrás, será difícil construir alternativas porque se han dejado las riendas de un mejor presente a lo que cedan u otorguen aquellos que representan el pasado que abarca todo el hoy. Siempre serán las víctimas y los demás los verdugos, siempre habrá furia, odio y bronca. Renunciar a la necesidad de un pasado diferente y construir un presente inclusivo es tarea pendiente para ellos tan excluidos.

Casi 500 heridos son el saldo de quince días de manifestaciones a nivel nacional, entre policías y protestantes

¿Será posible que las comunidades indígenas se levanten en su hoy y recuperen lo que ellos pueden ofrecer, no solo recibir, reclamar y exigir? ¿Será posible que surjan desde ellos, desde su fuerza, su valor, sus capacidades y sus falencias, sus costumbres que corregir? ¿Será posible que puedan descubrir el sufrimiento de los otros, los diferentes a ellos, que pasan por situaciones similares, los sentimientos comunes, la misma tierra en la que viven, los mismos gobiernos, las mismas necesidades y la misma pobreza que los derrumba?

¿Será posible dejar de ser víctimas, para ser actores, no en contra sino a favor, no solos sino como partes de un todo? Romper la cárcel de la colonización tan criticada y tan vivida, no lamer heridas sino admirar la cicatriz y levantarse. No hacer enemigos, de aquellos que podrían ser sus aliados, porque son tan humanos como ellos y buscan la justicia y el reconocimiento como ellos. No oponer, excluir, sino integrar. (O)