Ese Ministerio no sirve, afirma una señora. Se cansó. No esperará ninguna vacuna. Acudirá a sus yerbas y rezos. Escuchar que una no vale, otra tampoco y el desorden le clavaron dudas. Está vieja para penar una inyección que no sabe pa’ dónde va. Hay mucho cómplice de tanto dolor y muerte, añade. Lo del Ministerio de Salud es de Ripley. En el artículo anterior yo aludía a lo frágil del cargo en una institución carente de organización. Hablaba de cuatro ministros renunciados. Mis recelos evitaron afirmar “no hay quinto malo”; sin embargo, el quinto fue destituido por el presidente Lenín Moreno, quizá tratando de dar un golpe de autoridad y zafar de responsabilidad; pero es demasiado tarde. Los ciudadanos no olvidan que defendió a funcionarios cuestionados. Próximo a culminar su mandato no es absurdo preguntar si el sexto será el último ministro del ramo.
El pueblo aguantó cuatro años a un gobierno cuyo mérito mayor fue descomprimir el ambiente de su antecesor. Por lo demás, cometió algunos errores; en un escenario económico y pandémico adverso, es cierto, pero ¿acaso no es ahí donde deben sobresalir el liderazgo, la capacidad de administración y gestión para planificar, corregir, ejecutar y avanzar? El Ejecutivo siempre atribuyó sus yerros a otros y utilizó mucha publicidad sobre acciones realizadas con “calidad y calidez”. La realidad cruda muestra a ciudadanos –adultos mayores en muchos casos– pasando penurias tras una vacuna; evidencia que tanta obra anunciada en la “década ganada” no fue a la par con una sostenida capacitación del personal. Para complicar más el escenario, primaron el clientelismo político y la mediocridad. El problema en los ministerios no es necesariamente por incapacidad de un ministro, sino por una institucionalidad caduca, un Estado en completo desorden.
Guillermo Lasso afirmó que su compañero de fórmula, Alfredo Borrero, recorrió Estados Unidos y Colombia mirando procesos de vacunación. Ya electos, trazan un plan contra el COVID-19 para inmunizar a nueve millones de ecuatorianos los primeros 100 días de gobierno; esperamos uno serio, responsable, no aquel “en la cabeza” de un ministro o el del “fin de semana” de otro. Es imperioso sanear esa y otras instituciones que obstruyen el trabajo de médicos, enfermeras, administrativos, personal de limpieza y otros anónimos, verdaderos héroes de la pandemia. El pueblo clama acciones efectivas para superar la crisis sanitaria y económica, sin más “errores de buena fe”, “yo no sabía”, “yo pensaba”. Quiere un líder decidido, capaz y un equipo técnico, proactivo, con verdadero compromiso social para sortear estos tiempos difíciles.
El cambio anunciado precisa unidad para tener gobernabilidad; reparar lo mal hecho; fortalecer el Estado de derecho garantizando independencia y transparencia de los poderes; sanear las instituciones, volcarlas patas arriba y sacudir toda alimaña infiltrada que impide su normal funcionamiento en detrimento de la comunidad.
El éxito del plan generará credibilidad y confianza popular hacia la administración entrante. Continuar el guion actual nos condenaría a la misma película de los últimos años y alborotará un avispero. (O)