El 4 de agosto el Tribunal de Garantías Penales del Azuay dictó sentencia en primera instancia contra los policías Mario David N. y Cristian Paúl A. por un crimen cuyas pistas quedaron registradas en las cámaras de videovigilancia del sistema ECU911.

La madrugada del 25 de agosto de 2022 los dos policías, acompañados de un tercero que nunca se bajó del patrullero, robaron y asestaron 53 puñaladas al comerciante Vinicio Bautista, de 52 años, en un departamento del centro histórico de Cuenca. Los “servidores policiales” acudieron aquella madrugada a la vivienda por una alerta previa de que las puertas estaban abiertas. Según quedó registrado en las cámaras, los policías ingresaron y salieron cuatro veces del departamento, y en cada salida cargaban bolsas de ropa en el baúl del patrullero.

Palabras que salvan

Horas después se reportó el hallazgo del ciudadano –exmigrante que planeaba instalar un almacén en ese lugar– apuñalado y envuelto en las cobijas de su propia cama. Los uniformes de los “servidores policiales” estaban manchados con la sangre de la víctima, la que –irremediablemente– también salpica a la institución. Hay que mencionar que este distrito no se cargó del espíritu de cuerpo –como con los hermanos Restrepo Arismendi, o el más cercano caso del estrangulamiento de María Belén Bernal dentro de la Escuela Superior de “Servidores Policiales”–, y a más de darles de baja a los asesinos sentenciados, los entregó a la justicia común. ¡Faltaba más!

Deben discernir entre buenas y malas acciones, no perderse en los colores de su uniforme; observar los deberes y valores...

Haciendo un poco de memoria y sumando a lo que ocurrió el pasado fin de semana en Napo con el exfutbolista Jaime Iván Kaviedes, esa sensación de seguridad ante la institución encargada de garantizarla se esfuma. La reacción en contra de la Policía, profusamente evidenciada en las implacables redes sociales, ciertamente se refuerza en el hecho de que la “brutalidad policial” con la que se actúa se la ejerce sobre un ícono del deporte ecuatoriano, responsable de la primera clasificación a un torneo mundial de fútbol –que más que deporte parece religión– ante el registro ciudadano que en estas nuevas dinámicas de la comunicación social lo pone en debate de manera inmediata, sin filtros y con sentencia incluida.

Kaviedes, ícono e inspiración para el deporte, atraviesa por una situación personal de adicción que no es entendida ni valorada por los “servidores policiales”. Y los expertos en derecho saben que es un aspecto que se debe considerar al aplicar las reglas del juego: los tres agentes involucrados actuaron en posición adelantada y los graderíos expectantes de la viralización seguro esperan su expulsión inmediata o al menos tres tarjetas amarillas.

¿Y para el resto?

Este equipo de uniformados con licencias para portar armas requiere intervención urgente. Lo demuestran los ejemplos extremos citados en párrafos anteriores. Al menos deben recordarles que hay un conjunto de normas y valores a respetar si es que buscan velar por la seguridad y buen desempeño ciudadano. Deben discernir entre buenas y malas acciones, no perderse en los colores de su uniforme; observar los deberes y valores de su institución los mantendrá dentro de la cancha. Y el juego. (O)