En su magnífica novela Olga, Bernhard Schlink cuenta que los nazis transformaron el mundo en un lugar ruidoso. Instalaron megáfonos por todas partes y constantemente te acosaban con estridentes discursos, consignas y marchas. Eran discursos apocalípticos como los de Trump: el país está destruido, nos invaden extranjeros que “llevan el gen del crimen en la sangre”. Discursos de circo, escándalo y absurdo, inmorales hasta la médula, disfrazados de orden y pureza moral.
He leído mucho sobre el ascenso de Hitler y sus secuaces al poder intentando entender cómo llegó a oscurecerse de tal manera el entendimiento de los alemanes para que terminaran apoyando a un líder lleno de odio, rencor y mentiras. Desde Bismarck hasta la Primera Guerra Mundial, la República de Weimar, el ascenso del nazismo (fortalecido por el terror que infundía el fantasma del bolchevismo), la hiperinflación de los años 20 que volvió vulnerable al pueblo a los mensajes xenófobos y populistas que prometían acabar con el enemigo por ellos mismos creado con su poderosa maquinaria propagandística: la de Hitler, diseñada por Goebbles y difundida por la radio; la de Trump, por Rusia y difundida por X y otras redes al ritmo del poderoso eslogan de Goebbels: la prensa tradicional te engaña, solo nosotros te decimos la verdad.
Trump asumirá el cargo el 20 de enero de 2025, pacíficamente porque los demócratas, a diferencia de los perdedores de las elecciones pasadas, aceptan con dignidad y respeto la decisión de la mayoría. Trump ha dicho que su primera acción será la deportación masiva de ilegales, para lo cual invocará el Alien Enemies Act de 1798 que permite al presidente detener, reubicar o deportar a ciudadanos extranjeros de un país considerado enemigo de los EE. UU. y restringir las libertades civiles, incluyendo la limitación de discursos críticos hacia el gobierno.
Si Trump es tan xenófobo, por qué tantos hispanos votaron por él, dicen unos, como si nunca hubieran escuchado hablar del triste y popular síndrome del migrante odia migrantes, el que no quiere compartir y se cree mejor porque llegó antes, el que teme que los pobres dañen su reputación. Otros, simplemente, no comprenden el concepto europeo de bienestar social y se comen el cuento de que Harris es “comunista” y “convertirá a EE.UU. en Cuba o Venezuela”.
Tanto ruido en los rallies de un tipo burdo, vengativo y machista (hablo de Trump). Tanto ruido su propaganda diseñada para manipular y deslumbrar con pomposas promesas de recobrar la grandeza (hablo de Hitler). Tanto ruido, tan eficaz. Y somos tantos a los que el reciente resultado electoral nos ha dejado sin palabras y con el corazón roto. Mi mensaje es para ellos. Tras describir el horrible ruido del nazismo en las calles de Alemania en 1933, Schlink continúa en su novela con esa luz de esperanza y sabiduría que caracterizan a la buena literatura: “Pero nada es tan terrible como para estar dispuesto a renunciar a escuchar las cosas buenas con tal de no oír lo malo”. No nos tapemos los oídos ni cerremos los ojos como haría uno ante el horror. No apaguemos nuestra voz aunque de momento parezca engullirla el ruido. (O)