En 1979, Alejandro Carrión Aguirre, brillante intelectual lojano, decía con bastante razón que “el Ecuador ha crecido y con él ha crecido Loja: ya no somos el último rincón del mundo, ya la nuestra no es sólo una linda tierra para nacer, sino una hermosa tierra para vivir”, expresión con la que ese destacado escritor ponderó el compromiso de todo un pueblo, como el de Loja, que a pesar del olvido, la permanente postergación y las distancias, no desmayó en su firme voluntad de aportar su propia cuota de sacrificio, conocimiento y tenacidad al asumir directamente el papel de constructor de su futuro, sin que para ello deba recurrir a estériles lamentaciones y menos, mucho menos, a alimentar resentimientos sociales.

Todo lo contrario, frente a una realidad bastante adversa, marcada por una persistente marginación de los sucesivos gobiernos que condenaron a Loja a su suerte, así como por el aislamiento geográfico agravado en su momento por las diferencias territoriales con la hermana República del Perú; no obstante, emergió el carácter indomable de una comunidad dispuesta a pagar el precio que representa abrir, por su cuenta y sin ayuda, una trocha en medio de esa selva de inequidades que representa el Estado centralista que desprecia la desconcentración y descentralización de la administración pública, en tanto la burocracia capitalina –detrás de un escritorio- juega a ser Dios.

Pero una cualidad esencial y que destaca Alejandro Carrión, equiparándola incluso con los judíos, es que “...ser lojano es, más que nada, una especie de religión (...)” en tanto su patria “...les une, los consuela, los levanta y los lleva por el ancho y ajeno mundo siempre fieles a su origen y siempre resueltos a su servicio...”.

De ahí que en estas últimas semanas han llamado profundamente la atención las declaraciones públicas de un lojano quien, como corifeo del neopopulismo, se ha dado a la ingrata tarea de cuestionar en general a Loja por el ‘pecado’ de haber votado en un 66,66 % a favor de Daniel Noboa, actual presidente electo de los ecuatorianos, etiquetando a la provincia como un reducto de la derecha y afirmando que “Loja no ha producido grandes cosas” o que “Loja es una provincia más del Ecuador”. O incluso tratando de minimizar a ese hidalgo pueblo al decir: “No oyen las noticias en Loja...”, o con aquella pregunta cargada de un tufo de superioridad: “¿llegan las noticias a Loja?”.

Estas desafortunadas declaraciones lo que hacen, en todo caso, es desnudar el corsé ideológico con el que actúan, por lo general, quienes comulgan con regímenes autocráticos, donde predomina el pensamiento único o uniformidad de ideas, repudiando principios fundamentales de una sociedad democrática, como el derecho a la libertad de pensamiento y de expresión, así como el abrir espacio al disenso, a esa necesaria y enriquecedora discusión de ideas que condenan su simplificación.

En este punto, parafraseando a José Martí, cabe decir: cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde (o, aunque sea de precandidato presidencial para el 2025), ya da por bueno el orden universal... (O)