El exdictador y prófugo de la justicia controla desde la semana pasada la Asamblea Nacional. Ha llegado a ese puesto de mando caminando sobre la alfombra que le bordaron tan delicadamente la bancada socialcristiana y otros peoncitos sueltos. El último atropello que cometieron para lograr semejante propósito fue destituir del cargo de vicepresidenta del Legislativo a una asambleísta por el “delito” de mocionar que se le consultara a la Corte Constitucional sobre un proyecto de ley. No es broma. No hay un precedente similar en el derecho constitucional. Con la cantaleta de que es un órgano político, esta gente arrasa con todo principio mínimo de legalidad.

Con la cantaleta de que es un órgano político, arrasa con todo principio mínimo de legalidad.

En el inútil afán de enjabonarse sus caras, que se les han ensuciado de vergüenza, algunos voceros de esta nueva coalición han salido a decir que la nueva mayoría va a rescatar la imagen de la Asamblea, que el reciente realineamiento de fuerzas parlamentarias garantizará el equilibrio de poderes, que el hecho de que la oposición controle el Legislativo es beneficioso para la democracia, y cosas similares. ¿En realidad cree esta gente que los ecuatorianos somos tan bobos para tragarnos semejante cuento? ¿En serio piensan que vamos a creerles que, una vez que la Asamblea ha pasado a manos de quien lideró el régimen más corrupto y represivo de nuestra historia, de quien sembró tanto odio y persecución desde el poder, ahora ella será garantía de institucionalidad, democracia y respeto?

Solo para tenerlo presente: estamos hablando de una mayoría compuesta en buena parte por individuos que meses atrás concedieron una amnistía política en bloque a los responsables de varios delitos comunes cometidos en 2019; y que, hace poco, con el presidente de la Asamblea a la cabeza, intentaron dar un golpe de Estado mediante la destitución del presidente de la República. Estamos hablando de una mayoría que no se escandaliza por el intento de asesinato de una asambleísta por votar según el dictado de su conciencia, ni por el hackeo en el conteo de votos, ni porque uno de sus miembros instó a sus colegas a robar. ¿Va esta gente, uno de cuyos líderes es el pandillero de la piscina de Miami, a convertirse de repente en crisoles del derecho, adalides de la justicia y héroes de la democracia?

Ya para comenzar han aprobado una nueva ley mordaza para asfixiar a los periodistas. Y ese es solo el abrebocas. Si de algo sirve la historia es para aprender de ella. El dueño de la actual Asamblea Nacional y sus nuevos pajecillos tienen un largo historial de usar el poder para extorsionar. No ven la hora de dominar por completo al Poder Judicial, a los órganos de control, a las instituciones electorales, a la prensa y sobre todo al Ejecutivo. Son expertos en estas artes. Pierden elecciones y luego exigen que quien las gana les entregue el gobierno; y, si no pueden, entonces se dedican a bloquear todo. Su hambre de poder es tan insaciable como su vanidad. Que el país se vaya al barranco es lo último que les preocupa. Y luego tienen el descaro de pontificar soluciones a los problemas que aquejan al Ecuador, como si ellos, que lo han mangoneado por décadas, fuesen unos marcianos que acaban de bajar de una nave espacial y que recién llegan al país. Con este pacto político nuestro país está en camino al último círculo del infierno. (O)