Camino por el parque de la Ferroviaria, el ligero viento, el calor húmedo y el olor del estero te hacen dar cuenta de que estás ahí, presente.

Avanzo hasta una pequeña edificación de colores, el Museo Casa de Títeres. Son las diez y media y en unos momentos empezará la función de La ratita presumida.

Voy con mi hija. Entramos al lugar, decorado con alegría y calidez.

En la sala de espera me llama la atención la diversidad de edades del público, familias enteras, muchas personas mayores, algunas en silla de ruedas.

Los títeres de Anita von Buchwald recobran vida en un museo situado al pie del estero Salado

En el lugar te reciben con canguil y mucha amabilidad, hasta que se abren las puertas y se ve al fondo el teatrín con su telón rojo.

A un costado de las sillas está exhibida una parte de la colección de más de 400 títeres, todos confeccionados a mano por la artista guayaquileña Ana von Buchwald.

Fueron tres obras que se expusieron consecutivamente frente a un grupo de cerca de 50 espectadores, que con caras de asombro, risas y complicidad vivieron una experiencia íntima y única.

Antes y después de cada representación, salía al frente la actriz Marina Salvarezza, integrante de la fundación Teatro Experimental de Guayaquil, quienes son los que organizan estas funciones y las diversas actividades culturales y talleres que se gestionan en el museo. Ella, con la pasión y energía que siempre la han caracterizado, introducía las obras y anclaba con el público las moralejas y reflexiones de cada una.

Dicen por ahí que los títeres son guardianes de la memoria colectiva, ayudando a conectarnos con nuestras raíces y comprender mejor nuestra identidad.

Marina Salvarezza, una actriz italiana con alma de ‘guayaca’: ‘Guayaquil tiene un potencial enorme’

Isabel Solé, catedrática de la Universidad de Barcelona, sostiene que el títere es también una herramienta terapéutica emocional, la persona traspasa sus emociones al títere y en ese proceso pone en la boca del personaje sus propios sentimientos, ayudando así a padres y docentes a conocer su mundo interior para poder ayudarle.

Fue conmovedor ver a ese grupo de actores con sus manos y voces, al equipo de escenografía, luces, sonido y producción, todos comprometidos con salvar este arte y legado, con el único propósito de compartir con los asistentes y mejorarles la vida por un momento a través de la reflexión y un estar cercano, vivo y real.

El museo y la fundación no tienen recursos, pero uno puede aportar asistiendo a las funciones los domingos, donando o siendo parte de la campaña “Adopta un títere”, con un pequeño aporte que ayuda a restaurar los títeres y masificar las presentaciones en colegios y otros espacios.

Luego de la presentación me fui caminando nuevamente con mi hija, bordeando el estero, conversando con ella sobre lo que habíamos visto. En silencio pensaba en lo afortunados que somos de poder reencontrarnos con estos espacios, en que esos títeres estén en tan buenas manos, y que esas buenas manos, en medio de la fascinación tecnológica y el miedo, nos devuelvan la posibilidad de conectarnos y compartir desde la condición humana más pura. (O)