A pocas horas de la Navidad, esa fecha especial en que las familias cristianas de todo el mundo hacemos una pausa en nuestras vidas para, junto a nuestros seres queridos, celebrar la llegada del Hijo de Dios al mundo, y con él, la esperanza de la vida eterna y la salvación de nuestras almas, la pandemia vuelve a atacar con fuerza y a recordarnos la fragilidad de la especie humana, y que el nuevo orden mundial pospandemia, muy probablemente, llegó para quedarse.

Cuando el mundo se paralizó alrededor de marzo de 2020 jamás imaginamos cuánto tiempo estaríamos en cuarentena, ni todos los cambios que la pandemia traería a nuestras vidas, en todo sentido.

Estoy seguro de que usted, amigo lector, pensó que ese abrupto “cierre” del mundo, duraría un par de semanas; y luego, a la normalidad. Es más, muy probablemente usted planificó agenda para después de 2 semanas; y luego la corrió 1 semana, y luego 2, y luego 1 mes, y así pasaron meses y meses.

Para la Navidad del 2020 todo lucía mejor, pero llegó la nueva variante del COVID-19 y el mundo volvió a encerrarse. Igual era el pronóstico para esta Navidad. Y así llevamos ya casi dos años: haciendo fuerza por volver a la “normalidad” y cuando creemos que estamos cerca llega un nuevo palazo del COVID-19 para retroceder lo avanzado.

Evidentemente, la vacunación masiva y las herramientas de prevención de contagios hacen que las nuevas variantes cobren menos vidas y comprometan muchas menos, en los lugares en que existen. Pero en donde no, sigue arrasando vidas, sueños y causando dolor a miles de familias alrededor del mundo.

El repunte del COVID-19, en estos últimos días del año, sorprende nuevamente la vida y los planes de muchos que no podrán regresar a sus hogares para Navidad o que llorarán un ser querido que no los acompañará más.

Por ello, desde esta columna queremos elevar una oración por las familias; por las que añoran al hijo que se quedó en alguna habitación de hotel o posada, al otro lado del mundo, rodeado de extraños amigos, con el tique en la mano. Porque en esta Navidad sobrelleven su ausencia y los ilumine la ilusión de un pronto reencuentro con el ausente añorado.

Y también una oración por las que tienen la dicha de poder celebrar, de abrazarse, de unirse en oración y de compartir una mesa. Porque dimensionen la bendición que representa, en estos tiempos turbulentos, poder pasar Navidad en familia.

Desde esta columna le deseo feliz Navidad a las autoridades que cargan sobre sus hombros la responsabilidad de traer días mejores a los pobres de esta ultrajada patria, que, a pesar de tantas traiciones, siguen creyendo en que vendrán días mejores.

Que la Navidad les traiga esa pausa a sus ajetreadas vidas para refugiarse en el calor del hogar y tomar fuerzas para seguir adelante en tan compleja misión.

Feliz Navidad, amigo lector. Abrace fuerte a sus seres queridos y agradezca a Dios que los tiene. Recuerde que, como dice Juanes, la vida es un ratico... (O)