No sé a ustedes, pero a mí la muerte de Edson Arantes do Nascimento, el querido Pelé, me ha dejado la misma sensación que provoca la partida de alguien muy cercano. Sentí que lo conocía de toda la vida, porque desde finales de los 70 cuando empecé a amar el fútbol, él siempre estuvo presente, de una u otra manera, con una sonrisa, una frase motivadora y un largo metraje de imágenes de sus jugadas de ensueño, que significaron tres de los cinco mundiales que tiene Brasil.

Su partida es una pena profunda instalada en el mismo hangar coronario mío, donde solo hacía diez días había entrado con fuerza el sufrido, laborioso y espectacular triunfo de Argentina como campeón mundial de fútbol en Qatar, ahí donde el destino quiso que llegara la consagración de otro grande, gigante: Lionel Andrés Messi. Tres a tres en tiempo extra y luego penales que desbordaron una alegría indescriptible, matizada con un extraño deseo de llorar, quizás justamente por ver a través de la pantalla sollozar a hombres grandes, como el propio Lionel o sus socios de andanzas, Ángel Di María y el retirado Sergio Agüero. O un Omar Batistuta al que un nudo en la garganta y el llanto no lo dejaron fungir de comentarista.

Ambas situaciones posteriores a la rabieta de un inmaduro Kilian Mbappé inconforme con el resultado con el que su equipo, Francia, debía ceder la corona ganada en 2018, en Moscú, al equipo sudamericano que lo venció en Doha. O al conmovedor lamento, que dio la vuelta al mundo, de un Cristiano Ronaldo eliminado con Portugal y que sabe que la de Qatar fue su última oportunidad de terminar su brillante carrera futbolística con una Copa del Mundo, puesto que el reloj biológico no se lo permitirá ya en el 2026.

... Pelé, Messi, Di María, Mbappé, Ronaldo transmiten en cada jugada anhelos, audacia, arrojo, estrategia, pericia o inteligencia.

No sé a ustedes, pero a mí hace rato que el fútbol, el deporte rey, no me producía tantas emociones juntas, de forma casi inmediata y efectiva, en tan poco tiempo. Luto, dolor, resignación. Alegría, satisfacción, orgullo. Enojo, condena, rechazo. Sorpresa, indignación, solidaridad. Toda una gama de hechos, en menos de tres semanas, y que se unieron en una especie de ferrocarril de emociones.

¿Y qué tienen en común todas ellas, en este momento final del 2022? Que el vaso comunicante entre esos hechos y conmigo, con muchos, con millones, es el balón. Aquel inigualable elemento de interacción social que supera con rapidez pasmosa una infinidad de taras para ponernos en conexión directa con quienes como Pelé, Messi, Di María, Mbappé, Ronaldo transmiten en cada jugada anhelos, audacia, arrojo, estrategia, pericia o inteligencia. Y si en ese mismo camino expedito de comunicación que abren con la sociedad aprovechan para agregar valores y acciones dignas de imitar, como hacen los niños con sus jugadas o el festejo de sus goles, habrán cumplido una misión que la vida les impone: ser el referente transversal, positivo, de muchas generaciones. Gigantesca responsabilidad.

No sé a ustedes, pero a mí enterarme de la muerte de Pelé me arrancó una lágrima. Igual que me pasó también cuando Messi, ya acumulando 20 años como ídolo del fútbol, pudo recién levantar la Copa Mundial. El balón, reitero, es un elemento de comunicación maravilloso. (O)