En la medida que una lengua refleja las verdaderas actitudes de una cultura, la hispanohablante demuestra una posición menos favorable hacia el proceso de avanzar la vida en el tiempo, al que llama “envejecer”, término duro, con connotación despectiva, si se lo compara con el respectivo vocablo inglés “agin”, que literalmente significa aumentar en edad. El uno sugiere pérdida, el otro, ganancia. No estoy abogando por el uso de eufemismos cursis, como “tercera edad” y peor “edad de oro”. Mejor nos conformamos con el poco afortunado término castellano, porque el cambiar el nombre de una situación por un ridículo circunloquio no acaba con los problemas, sino que los empeora al creernos que con ello ya hemos mejorado el estado de los afectados.

Gerontofobia

La discriminación contra las personas mayores existe, pero cuando se habla de “discriminación por edad”, solo se alude a la falta de oportunidades para los jóvenes. ¿Se ha dado algún caso en el que una entidad o persona haya sido sancionada por requerir, sin razón legal ni fáctica, trabajadores “no mayores de N años”? Que yo sepa jamás, a pesar de que todos los días se pueden ver anuncios con tales solicitaciones. Sí, hay bastantes disposiciones legales que pretenden “proteger” al trabajador viejo, pero estas, como toda la legislación paternalista, se vuelven contra el supuesto beneficiario. Esto ocurre porque tales leyes no se dictan con la auténtica intención de ayudar a un grupo de población, sino con la de hacer la vida imposible a los explotadores, que, en opinión de los buenistas, son todos los patronos. Estos, entonces, optan por reducir al mínimo la contratación de personal en tales condiciones, de tal manera que las posibilidades de un ecuatoriano no diré viejo, simplemente de edad madura, de encontrar empleo son casi siempre nulas. Y esto lo saben los progresistas reformadores, pero su verdadero propósito es meter limalla en el motor de la sociedad y esperar que se paralice, para sobre sus ruinas edificar un paraíso igualitario.

Hay que estar atentos para evitar la imposición ilegítima e ilegal de prácticas gerontofóbicas...

La gerontofobia, la aversión a los viejos, existe y alimenta la discriminación en todos lados. En una encuesta en Estados Unidos el 64 por ciento de los viejos afirmaron haber sido discriminados en razón de su edad. No creo que un estudio similar entre nosotros arroje resultados mucho mejores. Tonto como todo prejuicio, este lo es doblemente, porque a diferencia de otros en los cuales el discriminador difícilmente adquirirá la condición de discriminado, en este forzosamente se convertirá en parte de la población excluida. Es decir, por una parte, los jóvenes, por más que pataleen en tardías adolescencias, terminarán siendo viejos y si como generación no cuidan los derechos de las personas mayores, dentro de pocos años ellos serán marginados. Y, por otra parte, al intentar a toda costa retirar de la toma de decisiones a quienes los años dotaron de experiencia y sabiduría, constituye un desperdicio social, un despilfarro de recursos invaluables e irremplazables. Hay que estar atentos para evitar la imposición ilegítima e ilegal de prácticas gerontofóbicas y también para oponerse al intento suicida de instaurar una guambracracia excluyente. (O)