¿Aportan en algo las ciudades a la felicidad humana? Ese fue el título de un artículo publicado hace unos años en el diario madrileño El País que nos podría llevar a la reflexión de que si acaso una ciudad, más allá de cualquier escepticismo, puede aportar de alguna manera a la felicidad de sus ciudadanos. Para ubicar esa posibilidad en un contexto adecuado, debe recordarse que la búsqueda de la felicidad a título individual o colectivo es una de las reflexiones más debatidas y esquivas, pues naturalmente cada individuo puede tener su particular interpretación de lo que significa la felicidad. La asociación de la felicidad con la estabilidad familiar, la salud, el amor y el dinero son elementos que siempre entran en esa órbita de factores, sin embargo cada vez se sugiere la inclusión del entorno vital, el lugar donde uno vive, como factor decisivo en la valoración de la felicidad.

El alcance del entorno vital puede reducirse a la esfera de la intimidad personal o familiar, a la casa, barrio o urbanización donde vivimos y nos podemos sentir relativamente cómodos, tranquilos y seguros, pero también se apunta a la ciudad, al espacio urbano donde desarrollamos nuestras actividades como factor importante de nuestra búsqueda de la felicidad. Bajo ese aspecto primario, ¿debería colegirse que hay ciudades que por su ornato, historia, arquitectura, paisajismo, costumbres sociales, allanan de forma más integral la percepción de bienestar, mientras que otras más bien la arruinan? En ese punto, la idea se centra en la calidad de vida que pueden ofrecer las ciudades a sus habitantes, incorporando en esa calidad de vida un conjunto amplio de factores, que ciertamente son muy variables: hay quienes asocian virtudes más identificables en la vida de ciudades pequeñas como parte de esa calidad de vida urbana, mientras que otros sostienen que solo las ciudades grandes pueden ofrecer los estímulos y las oportunidades requeridas para optimizar la calidad de vida urbana.

El otro Ecuador

La noble Marina

Hay aspectos que deben tomarse en cuenta en la consideración de la calidad de vida de una ciudad y se relacionan con las oportunidades que genera una urbe a sus habitantes: “la oferta cultural, deportiva o de ocio; consideraciones asistenciales y de salud; los servicios públicos; el transporte; la seguridad; la asequibilidad de la vivienda; la disponibilidad educativa; cuestiones climáticas y medioambientales y hasta hay algunas investigaciones que pretenden recoger el carácter de sus habitantes”. Ahora bien, si una ciudad en lugar de ofrecer esas oportunidades más bien las limita y desperdicia, ¿no termina convirtiéndose en tóxico obstáculo en la búsqueda de la felicidad? Es indiscutible que los reveses de un conglomerado urbano terminan afectando el entorno vital y como tal, la posibilidad de que la ciudad aporte con elementos reales a la felicidad de sus ciudadanos.

¿Qué podemos decir de Guayaquil en estos tiempos con la violencia, incertidumbre y desasosiego que la envuelve? ¿Que aporta muy poco o mejor dicho casi nada a la felicidad de sus ciudadanos? Así es, pero no importa, igual la queremos. Y quizás ese amor por la ciudad es parte de nuestra elusiva búsqueda de la felicidad. (O)