Ha transcurrido un mes desde el fallecimiento del sacerdote católico Gustavo Gutiérrez, a los 96 años. A este peruano ilustre no se le puede aplicar aquello de que “nadie es profeta en su tierra”, pues siempre vivió y ejerció el sacerdocio en los barrios marginales de Lima. A lo largo de su vida llegó a ser reconocido internacionalmente y fue más bien “profeta desde su tierra”.
Gutiérrez destacó dentro de la Teología de la Liberación, una versión del catolicismo que se inspiró en el Concilio Vaticano II y que tiene sus orígenes en América Latina. Se caracteriza por considerar que la práctica católica exige la opción preferencial por los pobres y que debe apoyarse en las ciencias sociales para diseñar sus planes de acción.
Un grupo de estos religiosos, incluyendo a monseñor Leonidas Proaño, tuvo un encontronazo con el Gobierno ecuatoriano en 1976, cuando sacerdotes y obispos, muchos de ellos extranjeros, fueron detenidos en una reunión eclesial que se llevaba a cabo en Riobamba. El ministro del Interior de la junta militar encabezada por Alfredo Poveda declaró que “hay libertad de expresión en Ecuador, pero es inaceptable que extranjeros interfieran en los asuntos internos del país”. Como se comentó en la prensa internacional, esta intervención fue gestionada por hacendados que intentaban impedir cualquier intento de reivindicación indígena.
Gustavo Gutiérrez fue de origen humilde y durante su juventud padeció de una infección a los huesos que le impidió llevar una vida convencional y lo redireccionó hacia los libros. Estudió pocos años de Medicina hasta que descubrió su vocación sacerdotal. Continuó sus estudios en la Universidad de Lovaina y luego obtuvo un doctorado en la Universidad de Lyon.
En lo personal admito que durante los años que viví en el Perú nunca supe de Gutiérrez, hasta que tuve la oportunidad de pisar universidades estadounidenses. Era frecuente que este sacerdote fuera invitado como conferencista y tratado con deferencia. Por ejemplo, en 1996 asistí a un coloquio en Harvard, en el cual su contertulio fue el afamado lingüista Noam Chomsky.
En su faceta de catedrático Gutiérrez recomendaba a sus alumnos que vieran Nazarín, una película mexicana de 1959 dirigida por Luis Buñuel. El personaje principal es un sacerdote que opta por los pobres y se convierte en uno de ellos. Aquella decisión, que podría considerarse como un apego al Evangelio, le trae más bien serios problemas que le hacen dudar de su fe. Por ejemplo, en una de las escenas le da refugio a una prostituta que ha sido apuñalada, para luego ser acusado por sus superiores de haber tenido relaciones de concupiscencia con aquella mujer.
La relación de Gutiérrez con la jerarquía eclesiástica, al igual que el personaje de Buñuel, no fue la mejor. En algunos momentos se le obligó a abstenerse de hacer declaraciones públicas. Sin embargo, el papa Francisco lo reivindica con sus expresiones exequiales. “Hoy pienso en Gustavo Gutiérrez, un grande. Un hombre de Iglesia, que supo estar callado cuando tenía que estar callado, supo sufrir cuando le tocó sufrir y supo llevar adelante tanto fruto apostólico y tanta teología creativa”. (O)