Es un privilegio para una nación contar con suelos agrícolas sanos, verdad entendible y fácilmente demostrable, aunque a pesar de su sencillez, el concepto no cala en la conciencia mayoritaria que los percibe como elemento inerte, inmaterial o como un mero sostén o almacén de nutrientes de las plantas, cuando se trata de un componente esencial, con vida propia, integrado por miles de millones de organismos microscópicos en constante movimiento, trabajando sin descanso, con apagones o sin ellos, suministrando alimentos a otros seres, incluyendo al hombre, al que aportan el 95 % de sus necesidades nutritivas. Debería ser motivo central de políticas públicas que propendan a su salud y conservación, propicio para que los líderes nacionales formulen planteamientos concretos como eje de sus propuestas de desarrollo agrario, que en la coyuntura actual se esperan con expectativa.

Sector agrario continúa invisibilizado

La parte viva de los suelos la forman bacterias, actinomicetos (formas de bacterias), hongos y protozoos, que tienen la virtualidad de descomponer la materia orgánica, con tanta nobleza que al morir se confunden con ella, allanan la liberación de nutrientes para ser absorbidos por las plantas; también cohabitan con ellos colémbolos (artrópodos parecidos a insectos), ácaros, lombrices y hormigas, cooperando en el transporte e integración de partículas al perfil fértil de las tierras de cultivo. Un suelo saludable facilita el ciclo productivo de las plantas, creando condiciones para un crecimiento con alta productividad. Está repleto de macro- y microorganismos, tantos que cuanto más contenga serán mucho más saludables. La FAO estima que en una cucharada de suelo sano hay más microorganismos que habitantes del planeta.

Microbios del suelo, impulsores agrícolas

Las naciones desarrolladas propenden a disponer de suficientes suelos sanos, conservándolos con fervor vocacional. Han comprendido que allí radica la soberanía alimentaria, el bienestar de los pueblos y la vía efectiva para el progreso democrático, sin turbulencias sociales. Este principio ha conmovido hasta la dura conciencia de las transnacionales agrarias que han decidido adoptarlo y enriquecerlo con significativos aportes científicos. Por ejemplo, la organización internacional Bayer otorga facilidades y beneficios tangibles para agricultores que se acojan a la corriente arrolladora del buen trato a los suelos y en promotores de su conservación. Otra, Nestlé, entrega bonificaciones para el cacao cultivado en tierras donde se practique la agricultura orgánica regenerativa. Por último, Syngenta, antes combatida por la comercialización masiva de glifosato, ahora es aplaudida por su apertura sin restricciones a los avances tecnológicos que sus investigadores han logrado en el mundo de la conservación de los suelos agrícolas y en la aún inexplotada edición genética.

Expectativas por propuestas políticas agrícolas

Los agricultores, con o sin ayuda estatal, en una acción de bajo costo, deben adherir a la agricultura orgánica regenerativa: orgánica porque no emplea pesticidas químicos, y regenerativa porque busca la recuperación, la reactivación microbiológica y de la biodiversidad de tierras degradadas, su conservación y resistencia a los efectos del cambio climático. (O)