Definir la agenda mediática. O mejor diré, cómo influir y, si se puede, meter la mano en ella, ha sido una constante obsesión de los gobiernos, aquí y en muchos sitios del mundo civilizado, con menor o mayor presión hacia ella, dependiendo del carácter e intensidad del mandatario y su entorno.

Por eso existen los burós de prensa, tan numerosos como ineficientes en muchos casos, que en lugar de derramar algunas neuronas que le permitan entrar por la puerta grande en el contenido periodístico de los medios, con hechos y circunstancias que valgan la pena ser difundidos, optan por el camino rápido: la presión comercial; el favorcito pedido, con regalito incluido, al comunicador; o intentos de extorsión, a los que algunos colegas ceden por las razones que sean, ninguna de ellas ética.

¿Libertad o libertinaje?

Requiere la agenda mediática de nutrirse de un criterio profesional y experimentado de la prensa, para seleccionar correctamente y en orden jerárquico aquel material informativo a transmitir a la audiencia, siempre con enfoque en las necesidades de datos que esa audiencia tenga para la correcta toma de decisiones. Desde ir al cine, si la crítica es buena, hasta invertir millones de dólares, si aparecen indicios de seguridad jurídica.

Y es la fortaleza de esa agenda, elaborada generalmente por las mentes y manos más valiosas de la comunicación nacional, lo que ha provocado que sea denostada y combatida por organizaciones políticas en el poder como el correato, que abiertamente decía que los ciudadanos no tenían por qué “dejarse imponer” temas que no le favorecían a su estilo de gobierno, al punto de intentar por ley convertir el trabajo periodístico en un insípido relator de hechos, sin espacio para la tan beneficiosa interpretación y, menos aún, para el análisis comunicacional de esos hechos.

La semana que termina vimos un claro ejemplo de incursión en la agenda informativa por parte del Gobierno ecuatoriano. Tan invasiva y ansiosa por sembrar temas en ella que se rompieron todos los cercos y distancias entre entrevistado y entrevistador, con una secretaria de Comunicación sonriente hasta en los temas más álgidos, que se convirtió en entrevistadora de su propio jefe, el jefe del Estado, en una especie de fanesca informativa retransmitida por 200 radios a nivel nacional. Porque cada vez es claro en esos enlaces que la pauta manda y la negativa no es una opción.

En su profundo desenfoque, la secretaria en mención reclamó para sí, con tono orgulloso, y para que su jefe “no la rete”, la creación del nuevo formato en que ella centraba y ella misma cabeceaba, tratando de evitar las repreguntas por su incomodidad. Pero ¿logró incursionar en la agenda

a la que allí se acusó de solo dar espacio a los críticos? Sí y no. El mandatario hizo revelaciones que tratándose de la primera fuente política del país se podrían creer ciertas, aunque es periodísticamente obligatorio contrastar y verificar. Pero lo que sí logró fue alejarse más del contacto directo y serio con los medios de comunicación, los que hacen sus propias preguntas y donde un gobernante transparente podría lograr réditos limpios de duda con diálogo respetuoso y documentado. (O)