En la novela A la costa (1904), el ambateño Luis A. Martínez pinta la oposición entre un grupo social con pujos nobiliarios, católico y conservador y el naciente que emerge del campo, educa a sus hijos en la capital y va tomando para sí los aires renovadores del trabajo, el patriotismo y la libertad de conciencia para conformar “la gran clase media, llamada a llenar a no lejano día el mundo”. Traigo a colación este recuerdo por sentirme circundada de los testimonios y las quejas de las personas que, integrando ese sector de la pirámide, se sienten acosadas por la realidad y en constante riesgo.

El siglo XX y el proyecto de vida liberal nos convencieron de que en el desarrollo de una amplia capa media radicaba el avance de un país. De ella emergerían las personas preparadas, provenientes de familias ordenadas y librepensadoras (por aquello de no caer bajo el tutelaje de religiones conductoras) que educadas bajo el lema de “conciencia social” trabajarían para disminuir las desigualdades, y sus conductas se alinearían con la ética y la solidaridad. Los ricos a menudo han puesto pautas de comportamiento y por eso era natural “aburguesarse”, es decir, vivir imitando muchas costumbres que venían “de arriba”, ya sea en la ropa de moda, en la forma de celebrar fiestas y tradiciones. Los lectores deben acordarse, como ejemplo, de que los comedores de las casas se adornaban con un cuadro de la última cena de Jesús.

Metamorfosis

Y las ideas nuevas ingresaban a la entraña de la clase media: lo tuvo claro doña Matilde Hidalgo de Procel, quien estudió medicina y luchó por el sufragio femenino cuando las mujeres estaban fuera de esas dos prácticas. Las mujeres vimos que nuestras madres no habían estudiado en la universidad, no conducían los automóviles, no fumaban ni bebían alcohol. Pero mi generación emprendió gozosa esas actividades hasta hacerlas comunes. Que haya mujeres dentro de todas las profesiones y labores fue un proceso lento y largo que hoy parece no llamar la atención. Los cargos de autoridad requieren de más negociación y tiempo, igualmente que ganen los mismos sueldos que los varones.

(...) creen que allá el ciudadano común consigue lo que sus países les niegan.

El crecimiento poblacional aumentó por el lado de la base social y puso a prueba a los gobiernos que debían atender las necesidades fundamentales de un sector que aumentaba con migraciones a las ciudades que se extendieron bajo el rubro de las invasiones. Larga y sufrida es la historia del auténtico pueblo ecuatoriano, también modelado por las costumbres burguesas, que se mueven velozmente y se cultivan al ritmo de los bolsillos. Para él, la educación, la salubridad, los servicios básicos se fueron deteriorando hasta el extremo de la estafa.

El capitán de la confusión

Así y todo, tuvo razón el autor de nuestra novela: la clase media llenó el mundo, porque están o quieren estar en ella la mayoría de los habitantes. Mejorada la de los países de socialismo democrático, como los europeos nórdicos, a costa de pagar en impuestos casi la mitad de sus sueldos, pero con la seguridad de que tienen servicios eficientísimos y líderes correctos. Si los latinoamericanos siguen persiguiendo el “sueño americano” en los Estados Unidos, es porque creen que allá el ciudadano común consigue lo que sus países les niegan. Mirar hacia afuera constata el terrible contraste con nuestra asfixiada y desesperanzada clase media. (O)