París y el mundo se vistieron de arte, emoción y fiesta con ocasión de la clausura de los Juegos Olímpicos de Verano 2024. El escenario magnífico de una ciudad que cuida celosamente su historia arquitectónica representada en catedrales, iglesias, museos, monumentos –pero que no siempre honra su pasado cultural– fue nuevamente protagonista de una ceremonia espectacular llena de arte, tecnología y visión de futuro.

La alegría desbordante de los deportistas que asistieron, funcionarios del deporte mundial y ciudadanos involucrados graficó sin necesidad de palabras el éxito de unas Olimpiadas llenas de logros y cambios que la humanidad global pudo contemplar por la puesta en escena tecnológica que singularizó a ese gran evento.

Desde acá, apreciamos la capacidad de organización de una sociedad como la francesa que puede, apoyándose en su historia y en su presente, evidenciar ante el mundo una faceta de vanguardia de la cultura mundial. Este nivel de desarrollo civilizatorio que impresiona tanto provocó, en mi caso particular, la reflexión de lo que como sociedad podríamos hacer en temas parecidos, claro está, dentro del rango de nuestras posibilidades.

Podemos hacer frente a cualquier desafío a nuestro alcance si partimos de la corrección en la organización, el compromiso desinteresado de todos, la búsqueda de la calidad en cada momento y de una visión general de que lo que emprendemos sea coherente con lo que queremos representar. Tenemos una rica y diversa cultura que se muestra a cada paso y en cada lugar de nuestro querido Ecuador. Quiero decir que, pese a nuestra precaria realidad actual causada por la corrupción, sus fuentes y sus derivaciones, que se evidencia en la pobreza de tantos y, en lo que es más grave, en una sociedad que decae moralmente cada vez más, podemos presentar la bondad de nuestra cultura, con orden, altivez, decencia y orgullo.

No se trata solamente de contar con recursos económicos cuantiosos. Se trata más bien de pundonor, inteligencia aplicada, amor propio y corrección moral. Pienso en la excelencia que alcanzan organizaciones barriales, instituciones y especialmente algunos hogares que, sin recursos financieros abundantes, cuando reciben a otros, lo hacen desde lo que tienen –que es mucho– potenciado por la pulcritud, el afán de perfección y el objetivo de ser correctos anfitriones.

Mi idea puede ser explicada con mayor claridad si acudo al ejemplo de los gloriosos deportistas olímpicos premiados en París. Los medallistas Pintado, Morejón, Yépez, Palacios y Dajomes, y los otros seis atletas que recibieron sendos diplomas por su gran actuación, son como nosotros y representan –en la mayoría de casos– a grupos económicos muy pobres. Son disciplinados, orgullosos y tienen un gran talento que el mundo reconoce.

Si como grupos, familias o individuos somos capaces, también lo somos como pueblo. Es preciso liberarnos de los malos, bandidos y criminales de toda laya que tristemente ya son referentes de grandes grupos de ciudadanos en nuestra descompuesta sociedad. Los buenos y virtuosos deben asumir el control y guiarnos hacia un futuro mejor. Podemos lograrlo. Depende de nosotros. (O)