He mirado con calma, casi con paciencia, como se han movido las fichas estas semanas en este tablero político del país, sobre todo atento a las consecuencias de la sentencia condenatoria, casi poética del mejor contralor de la República, y digo casi poética porque mientras los que señalan la supuesta mediocridad de la fiscal a la que le dicen “diez sobre veinte”, los ha sacado de las greñas arrastrados para que rindan cuentas ante la Justicia, demostrando que de mediocre e incapaz tiene lo que sus acusadores tienen de honestidad, es decir, nada.

El contralor de lujo

Por el otro lado está el tristemente célebre Carlos Pólit, el “simpatiquísimo Carlitos Pólit”, el mismo que obtuvo la nota perfecta de cien sobre cien para ser el máximo del órgano de control del dinero de todos los ecuatorianos, ese mismo que le perdonó a Rafael Correa una glosa por cobrar sin trabajar, el mismo que hablaba de transparencia diáfana como los vidrios del edificio donde funciona la Contraloría, ese mismo que huyó y se refugió en los ladrillos de la casa, edificio y oficinas que pagó la corrupción en cuanto se vio tan solo amenazado alegando persecución política y que finalmente lo sentenciaron a 6 años por aceptar sobornos, ese que tuvo el cinismo de denunciar a un grupo de venerables ciudadanos que ahora con la sentencia condenatoria de la justicia americana prueba que nunca dejaron de decir la verdad, por si el discurso de la persecución aún les suena en su cabeza. Sí, querido lector, a ese mismo que lo declararon culpable del delito de lavado de activos y cinco cargos más, mientras hace apenas unos años lo felicitaban de los grandes avances en su gestión desde el poder Ejecutivo.

Catástrofe 100/100

Hoy a él lo desconocen, le dicen que sí que fue funcionario, pero que no era parte de la gran revolución, que los actos de corrupción lo desconocían así sea que haya una vinculación directa con el otro sentenciado Jorge Glas, porque los actos malos son de él y de nadie más. Que no es militante y, por tanto, nada tiene que ver con ellos. Para él no hay asambleístas con pañuelos de diseñador en la cabeza, que rueguen porque al igual que su compinche es una víctima inocente del sistema planificado y mediáticamente estructurado del “neoliberalismo insipiente y malvado”. Y es precisamente ahora cuando se me viene a la cabeza el viejo refrán: “mal paga el diablo a sus devotos”.

Sin embargo, hoy, mientras escribo esto, Ecuador sigue enfrentándose a nuevos problemas y explorando nuevas soluciones. Entre las recientes autoridades tengo grandes expectativas hacia el actual contralor, quien enfrenta la titánica tarea de reorganizar y limpiar la Contraloría tras el desastre en que se encontraba. Ha comenzado con buen pie, superando limpiamente numerosos obstáculos y evitando las artimañas legales y trampas tendidas por aquellos a quienes no les conviene que alguien con una sólida carrera, dos profesiones y una trayectoria intachable ocupe el despacho que antes estaba dominado por ellos a quienes sus acciones no les pesan, los mismos que se victimizan y prostituyen el derecho a su conveniencia, porque su conciencia no tiene conciencia. (O)